domingo, 20 de febrero de 2011

Coloquios, El objeto del psicoanálisis


 
DÉCIMO ANIVERSARIO DE CARTA PSICOANALÍTICA
(http://www.cartapsi.org/)
 
SÁBADO 14 DE MAYO DE 2011
16:30 HORAS
El psicoanálisis: una “ciencia conjetural”

Revista Carta Psicoanalítica, número 18, marzo de 2012

 

¡Ya está a la venta! El adicto tiene la palabra. El fundamento metapsicológico de las adicciones



Ya está disponible para la venta internacional desde la web en:

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Es cierto que el psicoanálisis, en la actualidad, no queda reducido a la figura de su creador, razón por la cual no es posible pasar por alto la enorme influencia del pensamiento de Sigmund Freud y de todos sus sucesores. También es claro el hecho de que ni el estudio científico de las adicciones invalida al psicoanálisis como tampoco el psicoanálisis lo descalifica. Además es importante reconocer que el psicoanálisis es una disciplina que ha ido cambiando a lo largo del tiempo, renovándose continuamente mediante el advenimiento de nuevos enfoques y perspectivas. Ante esto, el presente libro se propone no sólo rescatar el aporte que el psicoanálisis ha hecho en pos de una mejor comprensión del difícil problema de las adicciones, sino sobre todo contribuir al conocimiento y desarrollo de los abordajes preventivos y terapéuticos en este campo.

Lo que en este texto se intenta postular es, pues, la necesidad de superar la oposición psicoanálisis-adicciones, ya que la dicotomización radical de ambos enfoques, en cuanto pretenden una absolutización excluyente, en lugar de reconocer sus respectivas limitaciones y mutua complementariedad, tiende a conducir a una estéril disquisición encerrada en sí misma. Es tiempo, entonces, de iniciar un fructífero debate capaz de ampliar y expandir los puntos de demarcación existentes entre ambos campos del saber. En su mayoría, los estudios psicoanalíticos encaminados a la comprensión de las manifestaciones adictivas se han centrado en encontrar los mecanismos psíquicos subyacentes a la conducta adictiva, así como en la comprensión psicodinámica de la personalidad adicta, lo cual ha dado lugar a verdaderas tipologías o “retratos de adictos”, mismos que sólo han conseguido reducir el aporte freudiano a descripciones fenomenológicas y clasificaciones estereotipadas. Ante ese hecho, esta publicación se propone también rescatar el potencial derivativo de los conceptos analíticos y la inteligencia interna de los modelos topológico, dinámico y económico para hallar tras de ellos el fundamento metapsicológico de las adicciones.

Texto del Dr. Juan Vives sobre Tres grandes sueños...

 
Quiero agradecer a los autores su atenta invitación a presentar su más reciente libro; me siento muy afortunado ante la posibilidad de comentar un texto tan lleno de ideas, sugerencias y guiños de complicidad —además de que ha sido escrito en un magnífico español que, con frecuencia, alcanza momentos de gran belleza formal y estilística.
Se trata de un libro que, siguiendo la onda expansiva dejada por la celebración de los cien años de publicación de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud, también aborda esa materia sutil y evanescente que se construye noche a noche durante el proceso onírico. Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica, de Pablo España y Mario Alquicira es un texto basado, en lo esencial, en el que ha sido llamado el sueño de los sueños: el de la inyección a Irma, que soñara Sigmund Freud la noche del 23 al 24 de julio de 1895; pero también en el sueño siniestramente predictivo que tuviera Louis Althusser dieciséis años antes de que asesinara a Hélène; y en ese par de obras-sueño de Lewis Carroll, inspiradas en el amor paidofílico que su amiguita Alicia Liddell le inspirara, y cuya concreción literaria conocemos como Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Es interesante destacar los atributos con los que nuestros autores reparten los tres adjetivos para calificar estos tres sueños, colocando la pasión en Freud, la locura en Althusser y la seducción en Carroll.
Antes de pasar al tema del libro de España y Alquicira, quisiera referirme, si bien brevemente, a una de las cuestiones aún muy debatidas dentro del psicoanálisis: me refiero al tema mismo del análisis aplicado. Interpretar cualquier producto psíquico sin disponer de las consecutivas asociaciones del sujeto productor de un sueño, un discurso, un texto literario, una pintura, una obra musical, una creación cinematográfica, o cualquier otro “material”, ha sido criticado por una buena parte de los analistas como una tarea poco seria, superficial, carente de bases sólidas —incluso, como ejercicios de exhibición autobiográfica más o menos encubierta. En el otro polo, quienes se aplican con rigor al método psicoanalítico como una forma particularmente penetrante de ejercicio hermenéutico, consideran legítima esta aplicación de los conceptos psicoanalíticos al estudio de los productos, tanto individuales como colectivos, de la mente humana. Freud mismo fue el iniciador de esta segunda perspectiva. A partir de aquel lejano intento de aplicar sus intuiciones psicoanalíticas al mejor entendimiento del cuento de Ferdinand Meyer, titulado La jueza, el descubridor del inconsciente no dejó de aplicar el método psicoanalítico y las teorías que de él derivan al estudio de las obras artísticas de los grandes creadores: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Dostoievski, Goethe, Shakespeare, Cervantes, Ibsen, Balzac, Zola, etcétera; así como al estudio de las religiones y la religiosidad, los mitos universales, el origen de las lenguas, las formulaciones de la historia y la antropología, la dinámica de las normas morales y las pautas culturales de todos los tiempos, las entretelas de los chistes y el humor, etcétera.
Una vez aclarada la legitimidad de este tipo de estudios, podemos pasar a Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica de Pablo España y Mario Alquicira. En la primera parte, los autores nos recuerdan algunos de los sucesos más importantes durante el proceso de descubrimiento del psicoanálisis como disciplina, así como de la institución analítica. Un aspecto relevante de esta revisión tiene que ver con la constatación de la casi febril búsqueda de Freud para encontrar un alivio para el sufrimiento neurótico: primero para sus propios problemas depresivos —a los que denominaba “neurasténicos” y que en un primer momento intentó aliviar por medio de la cocaína— y luego con el psicoanálisis como una forma de tratamiento para los neuróticos que llegaban a su consultorio. No resultan indiferentes en esta historia las intensas corrientes afectivas que el descubridor del inconsciente cruzaba con Wilhelm Fliess, ni los denodados esfuerzos que hacía —incluyendo el sueño de la inyección de Irma— para conservar su admiración y amor. La pasión amorosa por Fliess puede advertirse como telón de fondo, a veces casi sin disimulo, a lo largo de su correspondencia. En relación al de la inyección a Irma, los autores sostienen que se trata de un sueño-impostura, ya que viene a sustituir a otro sueño, censurado por su amigo. En forma semejante, muy influidos por Jean Baudrillard, enfatizan el aspecto transferencial de este producto onírico desde lo que tiene de seducción, de violación y de crimen. Desde esta perspectiva, Freud aparece, a los ojos de los autores, con una suerte de vocación de seductor: más como un violador que como un conquistador, como él se autodenominaba.
El hecho es que este sueño vino a abrir un campo de investigación inabarcable y fascinante: el sueño es la manifestación de un fenómeno regresivo que, día con día, necesitamos con el fin de establecer un paréntesis en las tareas cotidianas que hemos llevado a cabo desde la actividad psíquica consciente donde imperan los modos del proceso secundario; también corresponde a una forma especial de trabajo psíquico sobre todo aquello que durante el día no pudo ser atendido o elaborado —es decir, ligado a sus respectivos árboles asociativos. El dormir ofrece la oportunidad única para el despliegue de la actividad onírica, en virtud del relajamiento de las cortapisas que la vida civilizada nos impone durante la jornada diurna mientras estamos inmersos en los compromisos que la sociedad nos impone. El proceso onírico nos libera de nuestras ataduras superyóicas; es el momento en que domina nuestro yo más narcisista, donde no tenemos el imperativo de la consideración por el otro, paréntesis durante el cual podemos hacer caso omiso de las normatividades culturales y éticas con las que nos regimos en la vida despierta, donde existimos en un presente atemporal y mágico. El sueño es el territorio de la libertad casi irrestricta —dado que la censura onírica nunca duerme del todo— y de la satisfacción de nuestros más caros e irreductibles deseos infantiles.
El sueño también nos puede anunciar catástrofes orgánicas, rupturas psicóticas con la realidad u homicidios por realizar, como ocurrió con Louis Althusser. La experiencia ocurrida con este filósofo también les proporciona a los autores un marco de referencia ideal para discutir la inquietante cercanía existente entre las teorías científicas y el delirio, el parentesco colindante entre la razón y lo irracional. El 10 de agosto de 1964, Althusser tuvo un sueño en el que se anunciaba el futuro asesinato de su mujer, cometido el 16 de noviembre de 1980. Este caso excepcional sirve como telón de fondo para analizar las relaciones entre la locura y una vida aparentemente juiciosa, para entender a la psicosis como un epifenómeno en el que se expresa un mundo falto de simbolización, donde la locura dice aquellas cosas que carecen de palabra y sólo pueden acceder a la realidad mediante un acto irracional, absurdo la mayoría de las veces, pero pleno de sentido para la lógica y la dinámica del proceso primario. Fuertemente determinados por el pensamiento de Jacques Lacan, los autores escriben sobre la elaborada filigrana del pasaje al acto como concepto que permite dar cuenta de lo psíquico no simbolizado —aquello que Christopher Bollas denominó como lo sabido pero no pensado.
Esta tragedia sirve de antecedente para las interesantes reflexiones que los autores hacen sobre otros casos en los que la dinámica sadomasoquista aparece con especial transparencia: el caso de Yukio Mishima y el divino marqués. En el caso del genio japonés, el sufrimiento infantil pudo encontrar una forma de simbolización en el arte: en la creación literaria y musical, pero también en un cultivo del cuerpo que desembocó en una singular identificación del novelista nipón con el asaetado San Sebastián, que simboliza la estructuración de una gravísima patología masoquista que culminaría con el suicidio ritual y la decapitación de Mishima. Esta modalidad exhibicionista de destrucción les da pie para el estudio de su homólogo libidinal: Giacomo Casanova. Al mismo tiempo, los autores establecen las diferencias entre la psicosis de Althusser y las actividades literarias de Sade, gran fantaseador del mal y de la crueldad que, sin embargo, no pasó de ser un transgresor un tanto pálido en la realidad.
Sin embargo, el caso de Althusser está lejos de ser simple, ya que en este insigne filósofo la dinámica de la locura se juega en una dialéctica en la que la pulsión de muerte transita con libertad entre ambos miembros de la pareja, en una dinámica dual en la que el suicidio y el homicidio dejan de tener límites definidos —por el contrario, ambas formas destructivas son actos equivalentes para el psiquismo de vasos comunicantes existente entre Louis Althusser y Hélène. De ahí la lucha que, desde que trabaron conocimiento sostuvieron con el fin de dilatar hasta el límite de sus fuerzas el imperativo del asesinato-suicidio, lucha en la que René Diatkine —analista del primero— también se debatió hasta el límite de sus recursos psicoterapéuticos y humanos, siempre vivido no tanto como el analista sino como el incondicional admirador de su brillante analizando. Caso patético de sufrimiento llevado al límite, ejemplo de la complejidad que puede entretejerse en los destinos de la pulsión de muerte: hacia el adentro y hacia el afuera simultáneamente, como lamentablemente hemos podido constatar en los episodios terroristas del 11 de septiembre de 2001 ocurridos en Nueva York y Washington en los que los homicidas se autodestruyeron (dimensión suicida) al tiempo que destruían en el afuera (parte homicida de la pulsión de muerte). Doble vertiente de la folie à deux. Locura de dos entre Louis y Hélène, dos seres que comparten la misma y aterradora enajenación; pero también doble locura en la que la pulsión de muerte se manifiesta tanto en el adentro (en el suicidio psíquico de Louis Althusser) como en el afuera (en la destrucción física de Hélène). Es como si en lo siniestro del fenómeno del doble conviviesen codo con codo, en pie de igualdad, gemelarmente, los procesos primarios y los secundarios. Se trata de un vínculo paradójico basado y energizado por las fuerzas de la desvinculación, de una mano que acuchilla a su imagen en el espejo y la/se mata.
El fenómeno del doble y la dinámica narcisista del espejo son el pretexto que Pablo España y Mario Alquicira usan para ofrecernos sus reflexiones en torno de las obras gemelas y complementarias de Lewis Carroll: Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Como era lógico imaginar, el drama del espejo ancla sus motivaciones en la duplicidad interna del autor de los cuentos, en la escisión que se estableció entre la rigidez, mal humor y severidad del religioso Charles Ludwidge Dodgson y la capacidad lúdica, el espíritu juguetón y las manifestaciones de una libido polimorfo-perversa y paidofílica del cuentista Lewis Carroll. De ahí que no sea extraño que el doble —el espejo— sea el marco desde el cual se desarrollan estos cuentos oníricos, tan pletóricos de simbolismos y de las sinrazones propias de los sueños. También resultan lógicas las referencias obligadas a El hombre de arena, de Hoffmann (base para el trabajo sobre “Lo ominoso” de Freud); a El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde; y a la más representativa de las novelas sobre el género: El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hide, de Robert Louis Stevenson.
En esta tercera parte, los autores establecen la comparación entre la estructura del relato de Carroll y algunos de los postulados del surrealismo y su énfasis en lo irracional, en la ruptura de la lógica formal y en la profunda significación del sinsentido. Incluso pensamos que la conocida dinámica bretoniana del amor loco podría explicar buena parte del psiquismo de los tres protagonistas de este libro y, así, constituirse en la tesis nuclear de España y Alquicira. Asimismo, los autores recurren a las obras más significativas de Franz Kafka con el fin de establecer las semejanzas existentes entre los mundos oníricos del checo atormentado por las ataduras del superyó paterno y los del inglés torturado por sus imposibles enamoramientos de inquietantes prepúberes, a las que —con espíritu de entomólogo coleccionista— tuvo que contentarse con fijar en fotografías en un intento de detener el tiempo y evitar que la sexualidad se manifestara en ellas en su forma más elaborada. La necesidad de preservar esa “pureza infantil” —en realidad las fotografías realizadas por el señor Dodgson resultan bastante eróticas y sugestivas— de detener el tiempo gracias a la magia de la fotografía, provocan que el reverendo tenga que refinar, hasta su máxima perfección, el arte de la seducción. Su refinado arte de seductor de menores le proporciona momentos de arrobadora cercanía con sus modelos, a las que viste o desviste a placer. Su maestría consiste no tanto en la desnudez de la niña, sino en la develación de esa sugerencia de sexualidad que toda prepúber lleva en su cuerpo. De nueva cuenta inspirados por Baudrillard, los autores establecen las equivalencias entre la seducción y la violación, entre el hechizo y el crimen.
Al final, los autores concluyen estableciendo los puntos de unión en los que Freud, Althusser y Carroll devienen hermanados como tres grandes violadores, como tres criminales que se caracterizaron por su capacidad para la seducción, para esconderse bajo máscaras utilizando seudónimos o modificando sus nombres originales, por su excepcionalidad (quizás desde la perspectiva descrita por el propio Freud en “Las excepciones” — aunque los autores no tocan esta faceta del narcisismo negativo), por sus ideales de pureza y de belleza, y por su actitud ante la muerte y el tiempo. También quedan hermanados por su locura en la desmesura transferencial, la dificultad narcisista para asumir la incompletud, y su horror ante los genitales femeninos —es decir, la excepcional intensidad con la que la angustia de castración se manifestó en ellos.
Como podemos ver, se trata de un texto particularmente interesante, elaborado con cuidado, tiempo y erudición, que aborda tres episodios existenciales o momentos de vida críticos que resultaron determinantes para la creación o la destrucción. El descubrimiento del inconsciente, una profunda teorización sobre el marxismo y dos obras literarias de gran calidad y belleza, son el resultado formal de sendas vicisitudes en las vidas de Freud, Althusser y Carroll, respectivamente; pero tras estos productos de alto valor cultural, artístico y científico los autores nos descubren un mundo íntimo y subterráneo lleno de angustia, de locura, de pasión de erotismo y de muerte.
Se trata, pues, de un texto pleno de valiosas sugerencias e innovadoras ideas —algunas de ellas muy polémicas, pero preñadas de consecuencias. Pienso que su lectura, además de cumplir la misión de instruir al lector sobre los pormenores que explican cómo están entretejidos los vectores inconscientes que determinaron el destino de estos tres hombres de genio, aportan un material formidable y valioso para abrir una discusión sobre el problema de la psicosis y la creatividad y sus estrechas interrelaciones; sobre la importancia de los deseos parentales —de vida y de muerte— en la estructuración psíquica del sujeto, y sobre esos “delirios” vestidos de teorías científicas y esas “perversiones” al servicio del arte y de las ciencias humanas.
Sólo me queda agradecer de nueva cuenta a Pablo España y Mario Alquicira el haberme brindado la oportunidad de esta lectura y de una fructífera inmersión en ese universo de pasión, locura y seducción que su interesante libro me proporcionó. Muchas gracias.
***
[Texto leído por el Dr. Juan Vives Rocabert, Presidente de la Asociación Psicoanalítica Mexicana, en la presentación de Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, diciembre 10 de 2001.]

Texto de la Dra. Carmen Pardo sobre Tres grandes sueños...



El acto de la escritura es un acto en que el sujeto se muestra y nos muestra las múltiples escrituras que lo han definido. Juego de espejos, como en la Alicia de Lewis Carroll, en donde aparecen reflejadas y refractadas las múltiples escrituras que lo habitan. Pasión, locura y seducción en tres grandes sueños que, como todos los sueños, muestran desfiguradas, diría Freud, escenas que remiten a otras escenas como intentos de cercar o bordear lo indecible.
Pasión, locura y seducción en que los autores de este libro nos muestran, en escenario virtual, las escrituras de Sigmund Freud, Louis Althusser y Lewis Carroll, reflejándonos sus propias pasiones, locuras y seducciones. Así también, podemos nosotros vernos más o menos reflejados en su escritura sobre estos tres personajes.
Sería ocioso, como dice Carlos Fernández Gaos en el prólogo, volver a repetir que no hay interpretación válida de un sueño sin las asociaciones del soñante. Lo sabemos todos. Pero lo que encontramos acá es la marca en los autores de la escritura de los personajes, vale decir: las asociaciones que hicieron a partir de su propia lectura y de sus propios sueños, mismos que nos entregan para que nosotros también soñemos el nuestro. Y para soñar están los libros...
Locura de la escritura que intenta bordear el amor y la muerte. Acto o pasaje al acto donde el sujeto aparece en el suicidio, el homicidio, el sueño o la escritura. Acto de dar testimonio de haber sido, aunque sea en el instante mismo del pasaje al acto, como dicen los autores que ocurrió a Louis Althusser y a Yukio Mishima.
Acto que da testimonio de lo que Freud soñó para nosotros al legarnos el psicoanálisis y al escribir su “sueño paradigmático”, mismo que ha sido objeto de múltiples reinterpretaciones entre los psicoanalistas. Pero el enigma que habita en los escritos de Carroll y Freud para nosotros, sus lectores, más allá de lo que ellos mismos escribieron o lo que Althusser se propuso al poner palabras a su sueño es justamente lo que invita y apela a la interpretación. Sólo lo no dicho, o lo que suponemos no dicho, es lo que convoca necesariamente a la interpretación y a la creación de nuevas significaciones.
Creo que al recorrer los caminos por los cuales Pablo España y Mario Alquicira nos conducen, cada lector se preguntará si realmente habrán sido esos los deseos inconscientes de los tres personajes, tal como proponen los autores al analizarlos. Pero de cualquier forma, esto nos convocará seguramente a construir nuevos sentidos para nosotros.
En mi caso, por ejemplo, donde creo haberme encontrado y reflejado no es en lo que los sueños nos muestran de los deseos inconscientes y de la vida intrapsíquica de los personajes, sino justamente en lo que leo al revés. Desde mi lectura, los autores logran dar sentido a los sueños con los que trabajan, a partir de la vida de los personajes principales, de todos los otros que aparecen a lo largo del libro y, me atrevería a decirlo, fundamentalmente de sus propias vidas.
Así como ellos afirman que no van a analizar a Irma, ni a Hélène, ni a Alicia, sino a Freud, Althusser y Carroll, yo diría que el libro nos habla de España y Alquicira. Y no pretendo acá hablar de sus fantasías inconscientes, ni siquiera de las preconscientes, esas ellos las sabrán. Pero sí de su propia interpretación a partir de la gran cantidad de información sobre la vida de sus personajes y de su creatividad para hacérnoslos entrañables.
En algún momento nos dicen, hablando de Giacomo Casanova, que en la base de su relato y en la invención de sus aventuras “subsiste una experiencia humana”. No sé qué es lo que España y Alquicira hayan experimentado en sus propias vidas, pero me atrevería a afirmar que pudieron escribir este libro porque han vivido mucho a través de lo que han leído. Leer también es una profunda experiencia humana cuando hay pasión y seducción, y los autores nos regalan en un libro su experiencia...
Varios personajes cobran vida en un acto creativo y literario que, más allá de las interpretaciones a que ellos llegan, válidas o no para cada lector desde un intento explicativo, esas vidas nos implican. Los autores nos los acercan y compartimos con ellos aquello que de indecible hay en la locura, la pasión y la seducción, aquello que la literatura y el arte en general transmiten mucho mejor que cualquiera de las ciencias. No en balde, el libro está repleto de referencias literarias y cinematográficas. Aquellas seguramente por las que España y Alquicira o Alquicira y España se sienten particularmente seducidos, aquellas que los invitaron a soñar y a escribir.
Freud mismo hizo uso de la literatura, la tragedia y el teatro, toda vez que intentó transmitir lo trágico, lo siniestro y lo inasible del existir. Y es en este sentido que el libro me toca particularmente, y donde creo que las relaciones entre el psicoanálisis y el arte son más fecundas. Cuando el psicoanálisis habla y nos dice que somos hablados por aquellas mismas cosas que el arte transmite con imágenes o palabras; cuando las palabras en la literatura hablan de lo que no se agota con palabras.
Con Freud nos llevan nada menos que a esos momentos inaugurales en que está construyendo los principios y conceptos básicos del psicoanálisis. Un Freud que se enfrenta al temor, a la culpa, a tener que sostener para sí mismo la imagen de su querido amigo Fliess y al costo que tanto para él como para sus pacientes tendrían sus primeros intentos de trabajo.
En el capítulo consagrado a Althusser nos hacen recorrer junto con ellos un camino que va desde las preocupaciones del teórico marxista hasta las emociones del artista Mishima. Pasaje al acto, diría el psicoanálisis, explicado desde la historia de la locura o perversión del sujeto. Acto sagrado que, sin palabras, habla de ocupar un “lugar en la historia”; acto supremo donde el sujeto se “salva” al dar sentido a su existencia, cuando parece que ésta deja de tenerlo.
En el capítulo dedicado a Carroll, por ejemplo, siguen el camino de Jorge Luis Borges para acotar la literatura fantástica y van trabajando literariamente los personajes y situaciones de Alicia en el país de las maravillas. Camino que los lleva (llevándonos también a nosotros) a Robert Louis Stevenson y Gustav Flaubert, y así desde la literatura vamos acercándonos a la escisión fundante del psiquismo y la imposibilidad del deseo, temas de los que —como sabemos— nos habla el psicoanálisis.
En lo que difiero con los autores es en llamar “errores de Freud” a algunas de estas vicisitudes, así como a algunos de sus postulados en relación con la biología y la filosofía. Y no porque quiera defender a Freud, él no necesita defensa, sino simplemente para precisar que todo conocimiento se construye en un contexto histórico-social-epistémico y que las dificultades en la construcción del psicoanálisis, como en todo saber, están hiladas con reformulaciones y resignificaciones entre el sujeto y el objeto, y no pueden valorarse fuera de su contexto.
Tal vez convendría citar en este punto las palabras que dice Freud a Fliess en la carta del 7 de agosto de 1901: “Y también tú has llegado al límite de tu agudeza, tomas partido contra mí y me dices algo que desvaloriza todos mis empeños: ‘El lector del pensamiento no hace sino leer en los otros sus propios pensamientos’”. Sin embargo, lo interesante en este libro es la forma en que los autores nos aproximan y nos transmiten su sentir acerca de Freud. A ese enigmático Freud que pretendía “mover las regiones infernales”. A quien, mostrándose para nosotros y regalándonos sus propios sueños, nos legó un sistema de pensamiento que transformaría los cimientos de la concepción que del hombre se tenía, destronando para siempre a la conciencia del centro de la existencia. Cosa que nos seduce porque a todos nos concierne.
No hay deseo sobre el saber que no pretenda un saber sobre el deseo. Y alrededor de esto gira precisamente el psicoanálisis. Para terminar quisiera decir que escribir, dialogar y leer entre amigos sobre temas que nos apasionan y seducen, también para mí constituye un sentido de vida.
***
[Texto leído por la Dra. María del Carmen Pardo y Brügmann en la presentación de Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica, Coyoacán, agosto 2 de 2001.]

Coloquios, Nuevas locuras

 NUEVAS LOCURAS. REFLEXIONES CLÍNICAS ACERCA DE LOS DESAFÍOS DEL SIGLO XXI
 

SÁBADO 19 DE FEBRERO DE 2011
MESA 4
LAS ADICCIONES: ¿PATOLOGÍAS DE LA MODERNIDAD?
Mario Alberto Domínguez Alquicira
Psicoanalista

Texto de la Dra. María Alejandra de la Garza sobre Tres grandes sueños...





¿Por qué escribe un psicoanalista? Surgen de inmediato varias respuestas: el deseo de organizar la experiencia en una teoría, testimonio de la búsqueda de la verdad en la filiación de Freud... necesidad imperiosa de escribir. André Green, en su libro De locuras privadas, comenta al respecto:
En efecto, este obstinado deseo (que pertenece a lo inconsciente) de satisfacer en forma sublimada las pulsiones de la propia sexualidad infantil no desaparece con el tiempo sino que perdura, aunque transformado, y conserva siempre el mismo carácter imperioso. No es menos imperiosa la necesidad de aprehender los elementos de una experiencia compleja, a menudo oscura y a veces huidiza, para organizarla en una visión coherente que garantice que no se ha de sustraer por completo a nuestro entendimiento. Los propósitos del inconsciente y del yo se conjugan en la compulsión a escribir.
Efectivamente, la escritura muy probablemente forma parte de la locura privada de los analistas que pueden librarse de ella sólo escribiendo sobre las locuras privadas de otros. Ejercicio continuo de reelaboración, búsqueda del objeto perdido, pasión siempre renovada de —como sucede en el caso del libro que hoy comentamos— encontrar la verdad del delirio, aportar nuevos elementos que, entretejiéndose con otros, bordeen ese agujero de lo real en el que yace la locura.
La obra escrita de un analista es probablemente otro modo de estar siéndolo, asumiendo un lugar en la selva psicoanalítica, por más que Freud siga siendo nuestro hilo conductor fundamental. Y aquí me gustaría resaltar que el texto que tenemos en las manos, pudiendo ser controvertido, como toda pasión seductora, se inscribe en el campo de la transmisión. Algo que se puede constatar a lo largo de su lectura es que más que vehiculizar un saber, favorece el ejercicio de la verdad, se va saboreando la experiencia de los autores en su búsqueda de la verdad, el placer de la búsqueda. No importa que no se encuentren respuestas definitivas. René Char escribe: “Un poeta debe dejar trazas a su paso, no pruebas. Sólo las trazas hacen soñar”. ¿Por qué no decir que esto está muy cercano a lo que los analistas podemos alcanzar cuando tratamos de transmitir lo que hacemos y que promueve que hagamos lo que hacemos?
Éste es un libro de pasión, locura y seducción. No sólo por los sueños de los personajes que en él son analizados y todo el ejercicio de su reconstrucción “en busca de un sentido”, sino porque en esta aventura que han emprendido los autores despliegan su pasión por la verdad originaria de esa locura que siempre seduce dando cuenta de su capacidad analítica, hermenéutica, historizante, y de su compromiso con el psicoanálisis. Viaje largo, este psicoanálisis que nos implica tan profundamente, que cautiva con tanta profundidad al viajero. Deseo de saber aun a sabiendas de que el sumergirse en el terreno de lo inconsciente implica un camino azaroso y complejo, más aún cuando se trata —como en este caso— del abordaje del autor y de su obra a partir de sus sueños. Tarea multívoca esta de analizar una obra, pues a la vez que el análisis es recomposición de una historización, de una simbolización, del establecimiento de lazos que han, más o menos sucumbido, o que han sido más o menos abortados, siempre el que escribe, al escribir se está rescribiendo y se está mostrando. Y no puede ser de otra manera, el mejor ejemplo lo tenemos en Freud con La interpretación de los sueños, donde utiliza el análisis de sus propios sueños para dar cuenta, no sólo de que todo sueño es la realización de un deseo no consumado, sino de un deseo inconsciente referido a la sexualidad infantil del sujeto. El sueño se constituye así en la vía regia de acceso a lo inconsciente.
Varias veces he venido mencionando la dificultad de abordar desde el psicoanálisis cualquier expresión artística y cultural. Distinto el lugar del analista atrás, siempre atrás del paciente; espacio privilegiado donde las interpretaciones en asidero propicio serán o no confirmadas por las asociaciones del paciente. En este espacio se interpreta, pero no está el otro que asocie. Aquí la elaboración corre a cuenta del autor y sus propias asociaciones siempre ligadas, por supuesto transferencialmente, con el objeto a investigar.
En esta misma línea de reflexión no puede dejar de señalarse que los autores saben incursionar airosamente en el difícil y polémico campo del psicoanálisis aplicado. El doctor José Perrés, en su libro Freud y la ópera, nos recuerda que  para el fundador del psicoanálisis “toda interpretación analítica de una obra de arte no sería más que una ‘novela psicoanalítica’, vale decir —y no es exagerado acotarlo— casi un ‘delirio’. Pero igual que en la psicosis, no podemos olvidar que en todo delirio se puede encontrar algo de verdad, la verdad del sujeto”. Y aún con los riesgos que se corren en este ejercicio no-velado, de develar, no dejan de ser interesantes las aportaciones de Pablo España y Mario Alberto Alquicira en la comprensión de la estructura psíquica de Louis Althusser y Lewis Carroll, así como en el significado de la obra producida en relación a la problemática interna que subyace en ellos.
El capítulo sobre Louis Althusser resulta apasionante y polémico. Si bien se ha venido hablando de un quiebre psicótico, Jean Allouch dice que se trata de perversión. Este análisis logra recopilar lo escrito por el propio Althusser en su conocido libro autobiográfico El porvenir es largo haciendo aportaciones que enriquecen la comprensión del drama vivido por este gran filósofo francés a lo largo de su existencia. En este texto, como el mismo Althusser lo señala, no se trata de un autoanálisis sino que se limita a referir las distintas impresiones que lo han marcado de por vida en su forma inaugural y su filiación posterior. Entre las numerosas referencias de este apartado, sobresale un sueño del filósofo, rescatado por Fernanda Navarro, quien fuera directora de la Escuela de Filosofía de la Universidad Michoacana. El sueño ocurrido el 10 de agosto de 1964, en el que Althusser se plantea el imperativo de matar a su hermana con y por su acuerdo.
Con este material y dos autobiografías del filósofo en cuestión, los autores emprenden la interpretación del sueño marcando continuidades entre esta producción onírica y el pasaje al acto cometido 16 años después. Considero que un apartado que abre preguntas interesantes es el referente a la diferenciación entre pasaje al acto y acting out. Si bien ambos son recursos últimos contra la angustia, el acting out es una conducta sostenida por un sujeto, una demanda de simbolización que se da a descifrar a otro, a quien se dirige. Es una transferencia, un mensaje simbólico. El pasaje al acto, en cambio, es una huída de la red simbólica hacia lo real. Como claramente lo afirma Lacan: “Todo lo rehusado en el orden simbólico, reaparece en lo real”. El pasaje al acto se ubica en el triunfo de la pulsión de muerte. Estamos en el terreno de la psicosis.
Por último. Un tema que me interesó sobremanera es el de la transferencia. Desde las primeras páginas, los autores afirman: “En lo sucesivo trataremos de demostrar —basándonos en los postulados de Forrester, Baudrillard y Roustang— que la transferencia es portadora de muerte, y que la transferencia hostil e hiperpoderosa es la esencia de la transferencia”.
Considero que resulta apasionado afirmar que la transferencia es portadora de muerte, una relación amorosa perversa donde se juega el duelo a muerte. Tal fue el carácter de la relación Althusser-Hélène. Pero una cosa es este tipo de “transferencia” y la que se da entre analista y paciente. Si sostuviéramos que en la transferencia se da un duelo a muerte entre dos no estaríamos hablando de psicoanálisis, se trataría de un juego imaginario, sin acceso a lo simbólico. De ahí la importancia de la asimetría en la relación analista-paciente. El analista se sostiene en la medida en que cada quien ocupa un lugar, tema ineludible y necesario del quehacer y la ética en psicoanálisis. Saber ocupar ese lugar pasa por la no satisfacción de la demanda. Recordemos lo que dice Freud en el sentido de que el psicoanálisis debe transcurrir en una permanente frustración. Es la no satisfacción de la demanda del paciente lo que posibilita hacer psicoanálisis, es decir, abrir el espacio para que el otro se sumerja en el laberinto de su falta y logre realizar todo un viaje a través de su deseo. En el caso de Althusser se trabaja este tema de la transferencia con su analista que abre una rica reflexión sobre el deseo y el lugar del analista.
Como todos ustedes pueden constatar se trata de un texto rico en alusiones teóricas que no deja de hacer profundos cuestionamientos. Sin darnos cuenta, la lectura es un acompañamiento con los autores en esta aventura audaz de abordar la locura en ese permanente asombro tan inherente al  investigador y al creador de toda obra. Terminan este trabajo diciendo: “El poeta o el científico investigador no se excluyen a sí mismos de verse con asombro. Ellos también forman parte de lo milagroso, de lo extraño, de lo misterioso que nos interroga de manera permanente”. Y es precisamente el asombro lo que también empuja al psicoanalista a escribir.

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[Texto leído por la Dra. María Alejandra de la Garza Walliser en la presentación de Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica, Coyoacán, agosto 2 de 2001.]