Se quejan mucho los roqueros
mexicanos de la escasez de libros de rock y la verdad aparecen pocos que valen
la pena y, en el ámbito del rock nacional, muchos menos que no sean inefables,
como el Esclavo del rockanrol, del ya
con fecha de caducidad: Alex Lora, que apareció hace 13 años, escrito por Luis
Kelly, para promocionar el rocumental del
cantante y, el más reciente: Que viva el
rocanrol, armado a base de anécdotas y justificado por buena parte de los
primeros 45 años de “Fidel Velázquez del rock azteca” que, aún muerta su madre,
le sigue pidiendo que prenda la grabadora.
El Una banda nombrada Caifanes, de Xavier Velasco, publicado a finales
de los 90, ha quedado como un referente obligado sobre una banda que nunca se
ha preocupado por documentar formalmente su trayectoria, dejando a las disqueras
en turno el trabajo de hacer las compilaciones de sus videoclips y extractos en
directo de alguno de sus conciertos. No ha sido hasta ahora, con el recién
aparecido volumen autobiográfico Vida y
música de Alejandro Marcovich, que puede saberse algo de la banda donde
manda y grita —pero no canta, más que quedito— Saúl Hernández, con el permiso
de la enigmática “señora gorda de negro que dice que sabe mucho” (José Luis
Pluma, dixit), mánager de la banda.
Anecdótico en otro sentido,
aunque con una gran carga autobiográfica debido a su estancia en Lecumberri, es
El rock de la cárcel, del maese de la onda José Agustín (aparte
del básico De perfil de remembranzas
fiesteras de los años 60), donde expone su pasión y gusto por el rock
abanderado por los Rolling Stones, la sicodelia reinante del momento, su
truncado —gracias a los críticos de cine oficialistas— paso por el cine con Cinco de chocolate y uno de fresa, las
drogas y su amor platónico por Angélica María.
Mientras esperamos —leyendo los
sabrosos cuentos roqueros de Tiempo
transcurrido— la promesa de publicación formal en libro de los cinco textos
(y conclusión) de La rebelión gandalla,
de Juan Villoro, escritos originalmente para el viejo suplemento del Uno Más Uno, Jarris Margalli,
sobreviviente y aferrado del rock mexicano, con tránsito por bandas como
Mistus, Ninot; guitarrista algún tiempo de Jaguares y también lirero de Lagartos (con credenciales
discográficas de culto como Soul y Crudo) estrena Los otros dioses ocultos (Editorial de Otro Tipo), escrito por
Mario Alquicira. El libro con prólogo de Fernanda Tapia, que se presentó el año
pasado en la FIL Guadalajara, inicia esta semana presentaciones, luego de
buenos comentarios de Javier Martín del Campo (El Javis), de la vieja guardia y ahora renovada Revolución de
Emiliano Zapata. Hay algunos —como yo— que podemos meter las manos al fuego y
salir sin quemaduras, en lo que se narra en el libro de este músico fuera de
serie del rock mexicano.
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