martes, 14 de agosto de 2012

Presentación del libro "El adicto tiene la palabra" en Buenos Aires, Argentina


Noveduc invita a la presentación del libro:

El adicto tiene la palabra.
 El fundamento metapsicológico de las adicciones

Se referirán a la obra: Lic. Sara Kezerov, Lic. Marcelo Hekier
Con la participación del autor Mario Domínguez Alquicira

Martes 20 de noviembre de 2012, 14:00 horas

Centro de Salud Mental Nº 3 ¨Dr. Arturo Ameghino¨ (Avda. Córdoba 3120 - Capital Federal).


Texto de Sara Kezerov sobre El adicto tiene la palabra

 
Ante todo, se trata hoy de dar la bienvenida a nuestra institución —el Centro de Salud Mental No 3 "Dr. Arturo Ameghino"— a un colega de México: Mario Domínguez Alquicira, quien nos ha honrado con la posibilidad de presentar y dar a conocer su obra, el libro El adicto tiene la palabra. El fundamento metapsicológico de las adicciones.

El libro es, primero, un exhaustivo trabajo de investigación que habla de un proceso en el cual se ha recabado una extensa bibliografía acerca del estado del arte en el tema de las adicciones, a la fecha. Un minucioso recorrido que comienza por Freud, siguiendo por autores psicoanalíticos y también por aquellos de la psiquiatría, la literatura, la filosofía, transmitiendo una vasta experiencia de lectura del autor. Por ello, éste es un libro necesario.

Mario plantea una decisiva diferencia entre lo que llama “hermenéutica psicoanalítica”, reduccionismo que —al decir del autor— explica los síntomas por las fijaciones orales, complejos de castración y edipos inconclusos, y la “energética freudiana”. Es en ella donde podremos ubicar, cito al autor “… el fundamento metapsicológico de las adicciones, el cual debe encontrarse en el modelo económico-energético en contraposición a la explicación tópica y dinámica que las corrientes dominantes en psicoanálisis han desarrollado”. Existe entonces un fundamento de las adicciones, centrado esencialmente en la dimensión económica del aparato psíquico. Aquí, el libro es riguroso y fiel a la raigambre freudiana.

El propósito del autor es subrayar la necesidad de superar la contraposición entre la adictología, o la ideología adictiva y el psicoanálisis instando a reconocer sus respectivas limitaciones y sus complementariedades. Se tratará entonces de confrontar estos discursos, a fin de verificar la validez epistemológica de uno y otro. En esto radica el aporte novedoso de su investigación y donde el libro, podríamos decir, es original.

Respecto de la temática que aborda el texto, el libro es audaz. El tema del que se ocupa no es uno más. Se ubica en el centro del debate sobre el consumo que la época prefija. Época donde esta técnica de goce por excelencia aplasta al sujeto con una demanda compulsiva aboliendo la dimensión del deseo.

Demanda compulsiva que instala objetos que muestran al sujeto aquello de lo que está privado, en lugar de ser la privación la que lo conduzca al objeto. Hoy triunfan las góndolas, no las de “Venecia sin ti”, sino las de los supermercados. La cultura de nuestro tiempo se inclina cada vez más por el consumo y menos por los temas de la polis, por la discusión de los tópicos que nos hacen ciudadanos. La cultura de hoy, inmersa en el Discurso Capitalista, exige el consumo.

El encuentro del psicoanálisis con el tóxico no es sencillo y éste ocupa un lugar marginal en la teoría psicoanalítica. Por eso siempre es bueno celebrar la aparición de un libro sobre el tema, en el momento en que el tóxico parece ser la única y definitiva respuesta cuando van cayendo las mediaciones culturales.

El psicoanálisis se ocupa de lo marginal, y creo que debe hacerlo, por eso tal vez la toxicomanía no sea cualquier ocasión para la apuesta del psicoanálisis hoy. ¿Cuáles son los verdaderos desafíos del psicoanálisis en la época? La toxicomanía seguro se encuentra entre ellos, hay una tendencia tóxica general, es un observable y el psicoanálisis la desafía a su manera no retrocediendo ante ella. Puestas así las cosas, el encuentro promete.

El texto que nos convoca lleva como título un oxímoron, leído a la letra: El adicto tiene la palabra, título que introduce la dimensión paradojal que atraviesa al sujeto intoxicado. Si hay algo que el adicto no tiene, de lo que no dispone, es de la palabra. Está respecto de ella en una relación de exclusión y ésta es su marca. La a-dicción lo arroja a un mundo sin la mediación y la separación que el decir supone.

El espacio que el adicto habita se encuentra bajo la tiranía de la sustancia, que impone su tempo por encima de cualquier otra demanda que lo alcance, si es que ésta lo alcanza. Esta primacía del tóxico, que insiste en los dichos de los pacientes, revela que la palabra no se muestra del todo eficaz con la sustancia y es incompatible con las asociaciones en un análisis.

Si la vía de la palabra no es eficaz, estamos ante lo que William Burroughs describe en El almuerzo desnudo, como “álgebra de la necesidad”. Dice Burroughs: “La droga produce una fórmula de virus maligno: El álgebra de la necesidad. El rostro del mal es siempre el rostro de la necesidad total. El drogadicto es un hombre con una necesidad absoluta de droga. A partir de cierta frecuencia, la necesidad no conoce límite ni control alguno. Con palabras de necesidad total: ¿estás dispuesto? Si, lo estás. Estás dispuesto a mentir, a engañar, a denunciar a tus amigos, a robar, a hacer lo que sea para satisfacer esa necesidad total”.

Esta álgebra es la dimensión tóxica de la palabra, que implica que ésta no promete mucho y por lo tanto hablar no es importante. El adicto se sorprende de que alguien le preste tanta atención a las palabras. Bastante con que ha llegado a la entrevista, además ¿hay que hablar?

En su dimensión tóxica, la palabra remite a la relación que el sujeto establece con una palabra que no es la destinataria de un saber que resulte de ella. Una palabra que no permite la suposición de saber no tolera la espera. El sujeto no logra ausentarse en lo que dice y reclama del analista una palabra bajo la forma de una receta, un certificado de asistencia o una indicación precisa que actúe sobre el tóxico. Así, el tiempo de espera es una dimensión arrasada por el recurso al tóxico.

Es en este sentido que Alquicira, contra todo intento clasificatorio psicopatologizante, define a las adicciones como “un trastorno del lenguaje, lo cual implica entender que hay un trastorno de la relación primaria con el Otro. Las adicciones suplen el desfallecimiento del Otro…; suplen sin cesar la claudicación, la insuficiencia de una instancia simbólica. Estrictamente hablando, en la droga no hay Otro… ésta evoluciona hacia la destrucción del lenguaje”.

No hay concesiones a la realidad. Ésta exige tolerar un mínimo de frustración y displacer. El pharmakon implica no resignarse a rodeos incómodos para alcanzar los fines y, así, prescinde del Otro. De ahí que la adicción aparezca como respuesta ante la imposibilidad de recorrer los caminos del significante.

¿Qué clínica tiene lugar cuando el análisis que apuesta a una palabra por venir se topa con el tóxico que tiende a anular la mediación de las palabras tanto en la intoxicación como en la abstinencia? Responde Mario haciendo suyas las palabras de Le Poulichet cuando plantea “reinventar el dispositivo analítico para dar lugar a un campo nuevo, a saber: el de una clínica psicoanalítica de las adicciones, que tendría lugar sólo a partir de la instauración de una escena cuyo resorte fundamental sería el establecimiento de una relación transferencial…”. Realizar un trabajo con la demanda creando un síntoma que se define por su articulación al lenguaje. Se trataría de enfermar al adicto, volverlo sintomático, volverlo sujeto del lenguaje. Para lo cual, al decir de Hugo Freda, se trataría de hacerlo amar la palabra.

Finalmente, el libro de Mario pone en juego la apuesta clínica que resulta de estas consideraciones: hay sujeto, aún en el acto de drogarse, sujeto que tiene la palabra para poder tomarla. El título del libro deviene así, el nombre de una apuesta clínica y en esto el libro del colega es imprescindible.

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