Noveduc invita a la presentación del libro:
El adicto tiene la palabra.
El fundamento metapsicológico de las adicciones
Se referirán a la obra: Lic. Sara Kezerov, Lic. Marcelo Hekier
Con la participación del autor Mario Domínguez Alquicira
Martes 20 de noviembre de 2012, 14:00 horas
Centro de Salud Mental Nº 3 ¨Dr. Arturo Ameghino¨ (Avda. Córdoba 3120 - Capital Federal).
Texto de Sara Kezerov sobre El adicto tiene la palabra
Ante todo, se trata hoy de dar la
bienvenida a nuestra institución —el Centro de Salud Mental No 3 "Dr. Arturo Ameghino"— a un colega de México: Mario Domínguez
Alquicira, quien nos ha honrado con la posibilidad de presentar y dar a conocer
su obra, el libro El adicto tiene la palabra.
El fundamento metapsicológico de las adicciones.
El libro es, primero, un
exhaustivo trabajo de investigación que habla de un proceso en el cual se ha
recabado una extensa bibliografía acerca del estado del arte en el tema de las
adicciones, a la fecha. Un minucioso recorrido que comienza por Freud, siguiendo
por autores psicoanalíticos y también por aquellos de la psiquiatría, la
literatura, la filosofía, transmitiendo una vasta experiencia de lectura del
autor. Por ello, éste es un libro necesario.
Mario plantea una decisiva
diferencia entre lo que llama “hermenéutica psicoanalítica”, reduccionismo que —al
decir del autor— explica los síntomas por las fijaciones orales, complejos de
castración y edipos inconclusos, y la “energética freudiana”. Es en ella donde
podremos ubicar, cito al autor “… el fundamento metapsicológico de las
adicciones, el cual debe encontrarse en el modelo económico-energético en
contraposición a la explicación tópica y dinámica que las corrientes dominantes
en psicoanálisis han desarrollado”. Existe entonces un fundamento de las
adicciones, centrado esencialmente en la dimensión económica del aparato
psíquico. Aquí, el libro es riguroso y fiel a la raigambre freudiana.
El propósito del autor es subrayar
la necesidad de superar la contraposición entre la adictología, o la ideología
adictiva y el psicoanálisis instando a reconocer sus respectivas limitaciones
y sus complementariedades. Se tratará entonces de confrontar estos discursos, a
fin de verificar la validez epistemológica de uno y otro. En esto radica el
aporte novedoso de su investigación y donde el libro, podríamos decir, es
original.
Respecto de la temática que aborda
el texto, el libro es audaz. El tema del que se ocupa no es uno más. Se ubica
en el centro del debate sobre el consumo que la época prefija. Época donde esta
técnica de goce por excelencia aplasta al sujeto con una demanda compulsiva
aboliendo la dimensión del deseo.
Demanda compulsiva que instala
objetos que muestran al sujeto aquello de lo que está privado, en lugar de ser
la privación la que lo conduzca al objeto. Hoy triunfan las góndolas, no las de
“Venecia sin ti”, sino las de los supermercados. La cultura de nuestro tiempo
se inclina cada vez más por el consumo y menos por los temas de la polis, por
la discusión de los tópicos que nos hacen ciudadanos. La cultura de hoy,
inmersa en el Discurso Capitalista, exige el consumo.
El encuentro del psicoanálisis
con el tóxico no es sencillo y éste ocupa un lugar marginal en la teoría
psicoanalítica. Por eso siempre es bueno celebrar la aparición de un libro
sobre el tema, en el momento en que el tóxico parece ser la única y definitiva
respuesta cuando van cayendo las mediaciones culturales.
El psicoanálisis se ocupa de lo
marginal, y creo que debe hacerlo, por eso tal vez la toxicomanía no sea
cualquier ocasión para la apuesta del psicoanálisis hoy. ¿Cuáles son los
verdaderos desafíos del psicoanálisis en la época? La toxicomanía seguro se
encuentra entre ellos, hay una tendencia tóxica general, es un observable y el
psicoanálisis la desafía a su manera no retrocediendo ante ella. Puestas así
las cosas, el encuentro promete.
El texto que nos convoca lleva
como título un oxímoron, leído a la letra: El
adicto tiene la palabra, título que introduce la dimensión paradojal que
atraviesa al sujeto intoxicado. Si hay algo que el adicto no tiene, de lo que
no dispone, es de la palabra. Está respecto de ella en una relación de
exclusión y ésta es su marca. La a-dicción lo arroja a un mundo sin la
mediación y la separación que el decir supone.
El espacio que el adicto habita
se encuentra bajo la tiranía de la sustancia, que impone su tempo por encima de cualquier otra
demanda que lo alcance, si es que ésta lo alcanza. Esta primacía del tóxico,
que insiste en los dichos de los pacientes, revela que la palabra no se muestra
del todo eficaz con la sustancia y es incompatible con las asociaciones en un
análisis.
Si la vía de la palabra no es
eficaz, estamos ante lo que William Burroughs describe en El almuerzo desnudo, como “álgebra de la necesidad”. Dice
Burroughs: “La droga produce una fórmula de virus maligno: El álgebra de la
necesidad. El rostro del mal es siempre el rostro de la necesidad total. El
drogadicto es un hombre con una necesidad absoluta de droga. A partir de cierta
frecuencia, la necesidad no conoce límite ni control alguno. Con palabras de
necesidad total: ¿estás dispuesto? Si, lo estás. Estás dispuesto a mentir, a
engañar, a denunciar a tus amigos, a robar, a hacer lo que sea para satisfacer
esa necesidad total”.
Esta álgebra es la dimensión
tóxica de la palabra, que implica que ésta no promete mucho y por lo tanto
hablar no es importante. El adicto se sorprende de que alguien le preste tanta
atención a las palabras. Bastante con que ha llegado a la entrevista, además
¿hay que hablar?
En su dimensión tóxica, la
palabra remite a la relación que el sujeto establece con una palabra que no es
la destinataria de un saber que resulte de ella. Una palabra que no permite la
suposición de saber no tolera la espera. El sujeto no logra ausentarse en lo
que dice y reclama del analista una palabra bajo la forma de una receta, un
certificado de asistencia o una indicación precisa que actúe sobre el tóxico.
Así, el tiempo de espera es una dimensión arrasada por el recurso al tóxico.
Es en este sentido que Alquicira,
contra todo intento clasificatorio psicopatologizante, define a las adicciones
como “un trastorno del lenguaje, lo cual implica entender que hay un trastorno de
la relación primaria con el Otro. Las adicciones suplen el desfallecimiento del
Otro…; suplen sin cesar la claudicación, la insuficiencia de una instancia
simbólica. Estrictamente hablando, en la droga no hay Otro… ésta evoluciona
hacia la destrucción del lenguaje”.
No hay concesiones a la realidad.
Ésta exige tolerar un mínimo de frustración y displacer. El pharmakon implica no resignarse a rodeos
incómodos para alcanzar los fines y, así, prescinde del Otro. De ahí que la
adicción aparezca como respuesta ante la imposibilidad de recorrer los caminos
del significante.
¿Qué clínica tiene lugar cuando
el análisis que apuesta a una palabra por venir se topa con el tóxico que
tiende a anular la mediación de las palabras tanto en la intoxicación como en
la abstinencia? Responde Mario haciendo suyas las palabras de Le Poulichet
cuando plantea “reinventar el dispositivo analítico para dar lugar a un campo
nuevo, a saber: el de una clínica psicoanalítica de las adicciones, que tendría
lugar sólo a partir de la instauración de una escena cuyo resorte fundamental
sería el establecimiento de una relación transferencial…”. Realizar un trabajo
con la demanda creando un síntoma que se define por su articulación al
lenguaje. Se trataría de enfermar al adicto, volverlo sintomático, volverlo
sujeto del lenguaje. Para lo cual, al decir de Hugo Freda, se trataría de
hacerlo amar la palabra.
Finalmente, el libro de Mario
pone en juego la apuesta clínica que resulta de estas consideraciones: hay sujeto,
aún en el acto de drogarse, sujeto que tiene la palabra para poder tomarla. El
título del libro deviene así, el nombre de una apuesta clínica y en esto el
libro del colega es imprescindible.
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