La lectura del excelente texto de Mario Domínguez Alquicira
ha sido una oportunidad para experimentar un alto placer intelectual y una
ocasión para enriquecerme cognoscitivamente. Haber sido invitado como
comentarista a la presentación del libro es un alto honor que agradezco muy
sinceramente. El escrito de Mario abunda en virtudes y aciertos. Analizarlos
todos supone extenderme mucho más allá de los límites de un comentario. Pero no
puedo omitir enumerar cuando menos algunos de estos sustanciales méritos. Para empezar,
hay un aspecto que siempre destaco cuando comento un escrito: la claridad
expositiva. Ello implica un alto grado de honestidad intelectual, propia del
investigador serio que no teme decir lo que piensa, y, por consiguiente,
exponerse a la interpelación y la crítica de sus pares. Mario es transparente
en la especificación de sus puntos de vista y sus teorizaciones, en forma tal
que abre, desde el primer párrafo, un espacio para la discusión conceptual.
En segundo término, el autor hace gala de una erudición que
provoca, en este comentarista, una mezcla de envidia y admiración. ¿Cómo hizo
para leer tanto? Y no sólo hay una aproximación casi enciclopédica al tema,
sino un análisis meticuloso y muy objetivo de la posición de los autores
citados. Más allá de lo que todo lector, este comentarista incluido, debe
reconocer como aprendizaje a partir de su lectura, este libro nace ya como un
hito indispensable para quien aborde el tema de las adicciones, y el texto
deviene, desde su misma publicación, en una fuente de consulta ineludible.
En tercer lugar, rigor expositivo no significa distancia
emocional ni enumeración aburrida. Mario Domínguez se involucra con su texto y
lo escribe con pasión, denotando su amor por el tema. El lector es a su vez
involucrado, apasionándose, junto con el autor, tanto por el tema como en la
discusión de las aproximaciones teóricas al mismo.
En cuarto lugar, Mario exhibe un profundo conocimiento de
muchas teorías psicoanalíticas, que sintetiza con objetividad, y a partir de
ese conocimiento realiza una concienzuda diferenciación crítica de sus aportes
a este tema. Nuestro autor nos ilumina acerca de la aproximación de muchos
otros puntos centrales: la adicción como síntoma o estructura, las vivencias
del adicto, los posibles momentos evolutivos a las cuales se relaciona, etcétera.
Como todo libro importante, este texto abre las puertas al
disenso y la polémica. Sólo mencionaré dos temas. En mi modesta opinión el
punto más discutible del texto es la aproximación a la biología y a los posibles
puentes conceptuales entre las neurociencias y los psicoanálisis. El autor se mete en tres carriles. Por momentos
asume una postura pedagógica, como para
lectores totalmente legos, procurando explicar las bases más elementales de la
neurofisiología. De allí pasa a referirse, haciendo una discutible selección
pro psicoanalítica, a las neurociencias contemporáneas, de las cuales sólo cita
a Kandel. Pero en lo que más abunda es en una apología desmesurada a los
aportes de Freud en este terreno. Es así que, para Mario, el fundador del
psicoanálisis es también el gran pionero de las neurociencias y la
psicofarmacología de nuestros días. Creo que Freud no necesita que le colguemos
medallas para las que no hizo méritos, alcanza con las que ganó en buena ley. En
todo caso podemos omitir todo este párrafo, ya que es éste un aspecto
totalmente secundario en el libro.
Si bien el autor concede que hay varios psicoanálisis, en
general se refiere “al psicoanálisis” como si fuera una estructura unívoca. En
la página 16 aparece en plural, y en la página 241 se pregunta “de cuál
psicoanálisis se habla”. Respeto, aunque no lo comparta, el que Mario ha
elegido. Creo, sin embargo, que se impone subrayar algunas precisiones. El
lacanismo, como la mayoría de los psicoanálisis, parte de una ontología cuyo
antecedente más preclaro es Platón. El filósofo griego, así como una miríada de
pensadores a lo largo de veinticinco siglos, propone un ser-en-la-falta y un
ser-en-la-repetición. Esta concepción del ser supone una esencia universal,
quizás eterna, totalmente a-histórica y a-social. Por consiguiente, esta
universalidad absoluta de lo humano, autoriza a los pensadores a considerar que
sus especulaciones penetraron en esa “esencia”, dilucidaron alguna faceta de la
misma, y, por ende, las conclusiones son válidas para todos los que
pertenecemos a esta especie. Una estructura básica que se constituya con esta
independencia de espacio y tiempo sólo puede tener dos orígenes: natural, esto
es biológico, o divino. Aunque el propósito de Mario no es discutir su
propuesta psicoanalítica y, por ende, el propósito de este comentarista no es
centrarse en la misma, ésta empapa y atraviesa toda su aproximación al tema.
Retomaremos el punto más adelante.
¿Cuál es el propósito del autor? Hay varios. En la página 17
señala la intención “…de confrontar el psicoanálisis y la adictología”. Pero el
objetivo central se señala desde el mismo subtítulo: el fundamento
metapsicológico de las adicciones. Mario, como cualquier investigador, tiene
derecho a hacer el recorte de la realidad que le parezca más pertinente, en
este caso los y su psicoanálisis. Y asumir las consecuencias en términos de lo
que explica y lo que omite. Cualquiera que sea el acotamiento que un
investigador haga, suele estar más centrado en la disciplina que maneja. Y acá
viene una segunda precisión epistemológica: cada investigador tiene derecho a
incluir o descartar los aportes de otras disciplinas para formalizar su
propuesta intradisciplinaria, con idénticas consecuencias a las anteriormente
señaladas. En un extremo están los psicoanalistas que desprecian cualquier
conocimiento que no parta de su propia disciplina, frecuentemente que no parta
de sus autores preferidos, deviniendo la aproximación en un fundamentalismo. En
la modesta opinión de este comentarista, una propuesta metapsicológica para las
adicciones debe tomar en consideración las siguientes características del
fenómeno:
1)
A
diferencia del “acto fallido” o del “sueño”, que aunque objetos de estudio
empíricos son definidos desde los psicoanálisis, “droga”, “adicción”, “adicto”
son nociones populares ajenas a nuestra disciplina. Una explicación
psicoanalítica para un fenómeno ambiguamente definido constituye una osadía
epistemológica, que se puede obviar con una definición operacional planteada
desde los psicoanálisis.
2)
Las
“drogas” son moléculas químicamente muy diferentes; ergo, incluirlas a todas en
una categoría común exige traspasar los usos populares del vocablo y construir
una definición operacional que justifique tal inclusión. No encuentro ningún
motivo científico para subsumirlas en una única categoría. Ninguno de los
autores mencionados las estudia a todas, ni siquiera a las más prevalentes,
pero se considera autorizado para hablar de la totalidad, como si fuera un
conjunto conceptualmente delimitado.
3)
Las
drogas van a receptores neuronales totalmente diferentes y producen efectos
citológicos, neurofisiológicos y psicológicos tan abundantes como disímiles. En
el texto observamos con frecuencia que tanto el autor como los colegas citados
reducen los efectos a uno o dos (paginas 33, 34, 43, 51, 60, 61, 76, 191) sin
fundamentarlo ni clínica ni neurofisiológicamente. Hace excepción, cuando menos
a nivel de propósitos, Olievenstein (página 54, aunque se contradice en la 58).
¿Es posible postular que expresiones vivenciales tan dispares se correspondan
con un repertorio muy reducido de mecanismos inconscientes?
4)
Las
adicciones, a diferencia de otras psicopatologías, pueden y suelen ser
propositivamente producidas, como bien lo saben los cárteles y las industrias
farmacéutica y de bebidas alcohólicas. Es éste un fenómeno muy singular del
cual debemos extraer conclusiones psicopatológicas. ¿Cómo se enlaza esta
producción manipulada de adicción con las estructuras inconscientes?
5)
Las
adicciones, a diferencia de otras psicopatologías, pueden ser producidas
experimentalmente en animales de laboratorio. Idem anterior.
6)
Los
adictos, cualesquiera sea su definición, no se distribuyen por igual en todas
las culturas sociales (países, clases, etnias, religiones, etcétera). Todas las
investigaciones socioepidemiológicas, incluyendo, modestamente, las realizadas
por este comentarista, demuestran indudablemente la existencia de correlaciones
estrechas entre estructura social y adicción. ¿Cómo se integra teóricamente
esta distribución heterogénea con supuestas predisposiciones inconscientes?
7)
En
el libro se habla de curación, y en la propuesta del autor está implícito que
apunta a ella. Obviamente hay muchas definiciones de curación. Las que utilizan
los organismos internacionales han sido elaboradas por equipos que incluyeron a
psicoanalistas, y aunque podamos discutirlas (de hecho, yo las discuto) es
menester no descartarlas con liviandad sino tomarlas en cuenta seriamente. El
autor de este comentario, si bien ha sido durante años experto externo de tres
agencias de Naciones Unidas, incluyendo la específica para el control de
“abuso” de drogas, no ha participado en esos comités. Los psicoanalistas
citados en este libro no calificarían para ninguno de esos criterios de
curación. Esta limitación, sumada al hecho que los organismos internacionales
han validado como equivalentes en su eficacia a tratamientos realizados con
aproximaciones teóricas muy dispares, cuando no antagónicas, nos obligan a
repensar nuestras certezas intradisciplinarias.
8)
Podemos
construir un paradigma exclusivamente intradisciplinario, como hacen la casi
totalidad de autores citados, aunque admitan discursivamente la pluricausalidad
del fenómeno. Es la línea de Le Poulichet, de la cual “se nutre” la de Mario
(páginas 68, 69, 73, 145). En la opinión de este comentarista, nuestro
paradigma se enriquece y nuestro alcance en salud mental se expande si erigimos
una estructura auténticamente interdisciplinaria, para lo cual, en lo personal,
recurro a la epistemología de los sistemas complejos.
Mario me ha hecho el enorme honor de citarme entre los
autores que analiza (paginas 63 a 66). Por consiguiente, los interrogantes y
críticas que voy a enunciar a continuación constituyen también una autocrítica
a lo expuesto por mí en escritos anteriores. Cometo la osadía de formularlos
porque la altura de Mario Domínguez como investigador promete un diálogo
interesante y la oportunidad, para este comentarista, de aprender.
Se confunde sistemáticamente incidencia con prevalencia. La
primera se refiere a la psicopatología de las personas que acuden a algún
consultorio o centro de salud. Estos son los únicos datos que figuran en este
libro. La prevalencia, en cambio, es el estudio de la distribución de esa
psicopatología in situ en una muestra
representativa de la población. O sea que el investigador acude al territorio a
estudiar y determina en ese espacio cuántas personas padecen ese trastorno y
con qué otros fenómenos se correlaciona. En el campo de la salud mental sólo se
toman en consideración los estudios de prevalencia, ya que se ha demostrado que
la gente acude a los servicios por múltiples motivaciones, siendo mucho más
central la difusión de la oferta de los mismos que la existencia del trastorno.
Basar los datos de la “realidad” de los adictos en los casos que han acudido a
los consultorios y/o centros de atención de los psicoanalistas está viciado
desde el principio, no autorizando a sacar conclusiones más allá de los
pacientes atendidos. Para muestra basta un botón: en el escrito que comentamos
no se mencionan dos de las adicciones más numerosas. Nos referimos a los
solventes orgánicos (la más prevalente entre los púberes y adolescentes pobres
del mundo occidental) y a los psicofármacos, la más numerosa en nuestro país.
Obviamente los primeros no acuden a la consulta psicoanalítica por su misma
marginación socioeconómica, y los segundos por pertenecer a lo que A. Harendt
denominó “normopatía”. Esta posición de que lo que lo que no veo no existe, y
que si existiese tiene que ser idéntico a lo que vi, porque todos los seres humanos
compartimos una “esencia” a-histórica y a-social, no satisface ningún criterio
de cientificidad. Los psicoanalistas tuvimos, a lo largo de estos casi 120
años, la posibilidad de organizar investigaciones de campo longitudinales a
poblaciones representativas, y poder extraer, así, conclusiones verificables
que trasciendan las meras especulaciones. Es tema de otro escrito analizar por
qué no lo hicimos.
Pero suponiendo, sin conceder, que las especulaciones
metapsicológicas fundadas en una universalidad de semejanzas entre adictos
fuesen ciertas, esto nos abre otro interrogante teórico. ¿Estamos hablando, a
la manera de las series complementarias, de una estructura disposicional (en el
sentido freudiano) y los demás elementos que constituyen el sistema causal de
la adicción fuesen constituyentes de la tercer serie? Además de Freud siguen
esta línea Lacan (página 38), Fenichel (página 39), Kalina (página 151) y
muchos más de los autores citados en este texto. Esta hipótesis, que el mismo
Mario cuestiona, choca contra todos los hallazgos indiscutibles de otras
disciplinas, señalados en párrafos anteriores. Y, lo que es peor, significa
darle a las especulaciones un peso específico mucho mayor que a los hallazgos
científicamente probados. O, por el contrario, ¿estamos planteando que los
factores externos tienen capacidad para producir, por sí mismos, una estructura
metapsicológica? Una afirmación así exigiría profundos replanteos a la
ontología platoniana y a las líneas de pensamiento hegemónicas que sostienen
que lo esencial de la subjetividad se estructura en la primera infancia.
Ex profeso comencé por plantear mis reservas al conjunto de
los psicoanalistas (incluyéndome, por supuesto) para aterrizar nuevamente en el
libro que nos ocupa. Sería injusto y desmesurado pedirle a Mario Domínguez que
haya hecho una investigación de campo suficientemente representativa para
hablar de “el adicto”. O sea, lo que los demás no hicimos en más de un siglo de
existencia de los psicoanálisis. Lo que creo que podemos y debemos es
reflexionar juntos sobre la extensión y validez de las conclusiones que
sacamos. Mario va construyendo un paradigma metapsicológico con singular
claridad. Deliberadamente no lo cito porque es más importante leer el libro que
este comentario. El autor formula su paradigma cimentado en una portentosa
búsqueda bibliográfica, fundado en un profundo conocimiento de muchas teorías
psicoanalíticas e inspirado en un afán de hacer propuestas novedosas. Su
paradigma explicativo incluye una línea terapéutica, fundada en los procesos de
simbolización, procesos que estudia con detalle. Plantea una diferenciación
entre una explicación hermenéutica y una energética, inclinándose por la
segunda. ¡Mis respetos! Lo que no comparto es la reivindicación de
universalidad para sus descubrimientos. Lo que Mario halló (así como los
autores citados que comparten una aproximación parecida) en sus pesquisas y
psicoterapias, si coincidiéramos, sólo
es válido para esos pacientes. Y eso no es poca cosa, por consiguiente no lo
critico, sólo lo delimito. Es un excelente punto de partida para la discusión y
la reflexión.
Poco tiempo antes de morir Beethoven recibe el
encargo (y un anticipo monetario) de la Sociedad Filarmónica de Londres para componer
una décima sinfonía. Obviamente eso no significaba que a las nueve precedentes
les faltase algo o que estuvieran mal, sino, por el contrario, significaba un
reconocimiento a la colosal capacidad creadora del músico alemán. Toda
proporción guardada, me permito invitar a Mario, por iguales razones que
tuvieron entonces los filarmónicos ingleses, a seguir escribiendo y de tal
forma enriquecer nuestros conocimientos
y nuestra forma de pensar.
***
[Texto
escrito por el Dr. Miguel Matrajt a propósito de la
presentación de El adicto tiene la palabra. El fundamento metapsicológico de las adicciones,
Círculo Psicoanalítico Mexicano, Cuernavaca, Morelos, septiembre 21 de 2012.] http://subjetividadycultura.org.mx/2012/11/el-fundamento-metapsicologico-de-las-adicciones/
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