Biografía novelada sobre la vida del guitarrista Jarris Margalli, Javier Márquez Margalli. Crónica del rock nacional a la luz de una de sus posibles figuras subterráneas o emblemáticas, que se circunscribe a un ámbito poco explorado por la literatura y es una magnífica exposición de melomanía y erudición sobre el rock mexicano de los últimos 50 años. Como documento desde lo cronístico e histórico no deja de ser sumamente atractivo. Hay que considerar que tiene una buena cantidad de datos e información relacionada con el rock y otros datos de distintas épocas de la música mexicana de valor documental e historiográfico, musical. Incluso Víctor Baldovinos dice que está escrito con “rigor científico”, lo que es uno de sus aciertos.
La obra, ganadora del tercer lugar de la segunda convocatoria “Se busca escritor” de Editorial De otro tipo, se publicará en el trascurso del 2015.
Este año la convocatoria recibió 103 propuestas literarias provenientes de todo el país, la gran mayoría novelas de ficción, aunque aumentó de manera considerable la participación de textos de no ficción. Las temáticas predominantes en esta convocatoria, tanto en ficción como en no ficción, fueron la denuncia social por violencia, corrupción y desamparo social; el enfrentamiento a la muerte a partir de la enfermedad terminal y, usando en gran medida el tono confesional, el amor, desamor, así como la crisis masculina.
Autor galardonado:
Mario Alquicira es Psicoanalista y Maestro en Filosofía Social. Desarrolla su práctica y su actividad docente en la ciudad de México, donde es Responsable de Proyectos de Desarrollo Estudiantil en la Universidad La Salle. Es profesor invitado en la Maestría en Psicología Clínica de la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha impartido conferencias y seminarios en distintas instituciones de México y Argentina. Es autor del libro El adicto tiene la palabra. El fundamento metapsicológico de las adicciones (Noveduc, 2012). Coautor de los libros Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica (Círculo Psicoanalítico Mexicano, 2001), La interpretación de los sueños, un siglo después (Plaza y Valdés/Asociación Psicoanalítica Mexicana, 2002), Psicoanálisis y cine. Antología del cine comentado y debatido. Tomos I, II y III (CPM 2002; 2008), Trauma, historia y subjetividad (Asociación Argentina de Salud Mental, 2010). Miembro del comité editorial de la revista Carta psicoanalítica (www.cartapsi.org).
Ya en 1998, Jarris Margalli se unió a los Jaguares, con quienes grabó el disco doble Bajo el azul de tu misterio (1999). Permaneció en ese grupo hasta 2000 y cuatro años más tarde se lanzó como solista con el disco Soul, el cual recibió excelentes comentarios por parte de David Fricke, director y crítico de la revista Rolling Stone.
En 2009 apareció Crudo, con invitados como Guillermo Briseño, un álbum doble con el que Margalli rindió culto a emblemáticas figuras del rock and roll, que lo han nutrido a lo largo de su historia.
Introducción
El origen de este libro
fue un proyecto cinematográfico documental de largometraje sobre Jarris
Margalli (ex integrante de Mistus, Ninot, Lagartos, Jaguares), auténtico
veterano de la escena rockera mexicana. Su figura era al mismo tiempo un
pretexto para que Rafael Montero García (México, 1953) realizara un recorrido
por los momentos clave en la historia del rock mexicano, con testimonios de sus
protagonistas. Nuestro interés era el de que dicho rockumental fuera
dirigido por un profesional y, dado que Montero había realizado antes Historia
delrock mexicano I y II (México, 2000) y No tuvo tiempo: La hubanistoria
de Rockdrigo González (México, 2003) —además de Cilantro y perejil
(1996), con la que ganó el Ariel a Mejor Película y Mejor Director—, no dudamos
en considerar que se trataba del cineasta idóneo. Tanto más cuanto que Margalli
había participado en la banda sonora de dos de sus filmes: Corazones rotos (Brasil-México, 2001) y La cama, película enlatada hasta su estreno en el 27 Festival
Internacional de Cine en Guadalajara.
Como es fácil imaginar,
la música era parte fundamental del proyecto. Las rolas estarían relacionadas
con historia y personajes, además de ser utilizadas como un elemento
estructural en el desarrollo del guión. La idea era producir de forma paralela
al rodaje un soundtrack con música de la película. Pretendía ser una road
movie, en la que pudieran confluir en una tocada músicos como Armando Nava
(Dug Dug’s), Ricardo Ochoa (Peace & Love, Náhuatl), Javier Bátiz, Sabo Romo (Caifanes, Jaguares), Rafael Acosta
(Los Locos del Ritmo, Los Locos, Mr. Loco), Saúl Hernández (Caifanes,
Jaguares), Guillermo Briseño (Cosa Nostra, El Séptimo Aire, La Banda de
Guerra), Arturo Meza, Alberto Isordia “El Pájaro” (Los Tijuana Five, Love Army,
Sacrosaurio), Javier Martín del Campo (La
Revolución de Emiliano Zapata), Arturo Huizar (Luzbel), Víctor Baldovinos
(Iconoclasta) y otros tantos. Para realizar el guión del largometraje, el
experimentado director nos pidió contar una historia con actitud rocanrolera,
desenfadada y sin prejuicios. Lo que le mandamos fue un ensayo, que apenas pudo
leer por estar inmerso en el proceso de edición de su nueva cinta Los
amorosos, inspirada en el celebérrimo poema del escritor chiapaneco Jaime
Sabines. Fue entonces que nos dijo que si bien el ensayo serviría para dar
claridad y ubicar el contexto, lo que se requería era una historia que
interpretara todo lo que estaba en el ensayo. Sus palabras textuales fueron:
“como cuando alguien te pregunta de qué se trata la película que fuimos a ver y
uno se suelta relatando con lujo de detalles lo que pasó en la pantalla, y
contamos el inicio, el desarrollo, el clímax y el desenlace; esa es la línea
que necesitamos para que yo le de forma cinematográfica”.
Para dar lugar a ese
cuento, a esa fantasía rockera, contactamos entonces a otro amigo: el
multipremiado escritor y periodista veracruzano Fidencio González Montes (1954-2012), quien presuroso se dio a la tarea de dar
una estructura dramática a nuestro ensayo. El resultado fue una ficción, cuyo
título provisional era Groovie. Como en otros de sus cuentos, los
personajes no aparecen como seres vistos sociológicamente, sino a través de una
mirada irónica y sarcástica. Viven siempre en el límite, pues su marginalidad
los lleva a salirse de las reglas sociales. Justo antes de su muerte, acaecida el 4 de julio de 2012, el también
historietista, alcanzó a entregarnos su escrito, mismo que redactó a pesar de
la ceguera derivada de la diabetes que padecía. Pensamos en él no sólo porque
la novela con la que ganó la XV edición del premio de literatura juvenil Gran
Angular, El ritual de la banda: andanzas de una joven sin pelos en la lengua,
tenía un trasfondo de grupos de rock sino porque
compartía nuestro punto de vista acerca de que, entre 1970 y 1980 el rock era
más contestatario. Como él mismo relató: “Me ha tocado ser testigo de cómo a
partir de la década de 1990 el rock ha sido domesticado, comercializado,
avasallado”. [1]
Finalmente, como ha
sucedido con muchos otros, ese largometraje documental planeado durante la
segunda mitad de 2011 no pasó de la pre-producción. Lo que el lector tiene
ahora en sus manos es precisamente ese ensayo, donde el leitmotiv es el
rock mexicano y Jarris Margalli el hilo conductor. La enorme dificultad para
conseguir editorial y que ésta nos tomara en serio para que el libro se
publicara, distribuyera y difundiera (pese a contar con el apoyo de Círculo
Editorial Azteca), nos llevó a atender a la segunda convocatoria “Se busca
escritor” lanzada por De otro tipo en agosto de 2014. Habiendo resultado
ganadora del tercer lugar, esta obra se suma al catálogo del sello editorial.
En especial, debemos dar las gracias a Walter Jay Nava, su fundador y director,
por hacer factible esta propuesta que, acorde con la apuesta cultural y
literaria de la editorial, busca ejercer nuestro derecho a escribir y contar
nuestra propia historia como sociedad.
Los libros biográficos
cumplen una función principal: penetrar en la vida del otro mediante “una voz”
narrativa que proporcione ciertas minucias y detalles de la persona en
cuestión. Es una forma de acercamiento al otro, algunas veces sujetos
desconocidos, otras conocidos. En ambos casos, el propósito es resaltar la
memoria como facultad humana. Este proyecto pretende, entonces, rescatar una
parte de la documentación histórica y social de la historia del rock en México
mediante testimonios. Es una ambiciosa iniciativa que busca recopilar, rescatar
y difundir los archivos hemerográficos, fonográficos
y fotográficos olvidados. Así, es naturalmente obligado que la lectura
de una obra como esta pueda complementarse escuchando a la par las rolas
citadas, a manera de soundtrack.
Hay pocas cosas que
suenan a rock y los medios nos han vendido cosas que no lo son, pero el rock es
una fuerza vital muy pura que no puede domesticarse, disfrazarse o manipularse.
El rock tiene raíces negras, tiene blues y soul. Jarris apuesta por la
recuperación y el renacer de toda esa tradición rockera en México, que
lamentablemente se ha ido perdiendo. En palabras suyas, el rock debe ser
“directo” como un tequila, o sea “derecho”.
Se ha considerado
siempre un músico underground, aunque ha conocido también la luz de las
estrellas. Una y otra vez, Jarris ha enunciado la tesis de que la verdadera
esencia del rock está en los grupos underground. Cedámosle la palabra al
propio Margalli: “Pero es necesario decir por qué el rock subterráneo es realmente
superior: mejores conceptos, mejor música, mejores músicos y ejecutantes,
mejores letristas, evidentemente más agallas, contenido y hasta superiores
grabaciones y portadas; en pocas palabras: más rock and roll”. [2]
Este texto
contraviene la historia oficial del rock mexicano en la medida en que se apoya
en la memoria pero también en el olvido, es decir, en lo que ha preferido no
recordarse, siendo relegado lejos de la rememoración y el reconocimiento. Al
intentar restituir en la medida de lo posible aquello que no ha sido dicho,
inevitablemente cobran valor de verdad algunas de las figuras que hasta
entonces se habían mantenido ocultas. De ahí que lo hayamos titulado Los otros dioses ocultos.
De acuerdo
con De Garay, “si se revisan, aunque sea de manera superficial, los estudios
que sobre música mexicana se han realizado, podría mostrarse la poca atención
que se ha dado en México al estudio del rock como práctica cultural [y como
fenómeno sonoro], misma que resulta más evidente si la comparamos con otros
géneros musicales”. [3] No obstante, en los últimos años hemos sido testigos de un
fenómeno interesante: la creciente aparición de publicaciones relativas a este
tema.
En México,
el rock tiene más de cincuenta años de existencia, tiempo en el cual se ha convertido
en una de las manifestaciones culturales que han influido con mayor profundidad
en la sociedad y caracterizado el desarrollo de la segunda mitad del siglo XX y
lo que va del XXI. La historia del rock mexicano sólo ha sido conocida de
manera incompleta y fragmentada. Es una historia que aún espera ser contada, en
toda su compleja y contradictoria diversidad, con la palabra.
Luego del mítico
Festival de Avándaro (realizado el 11 y 12 de septiembre de 1971) toda
producción musical alusiva al rock fue relegada al sitio marginal, estrecho,
constreñido del silencio durante más de tres lustros, impidiéndose con ello la
posibilidad de una futura explotación comercial del rock nacional. Ante la
prohibición y la censura, el rock —expresión artística juvenil por excelencia—
cayó en la más grande marginación que se haya dado jamás a nivel mundial. De
ahí que este lapso —signado por la represión, la exclusión y la persecución—
haya sido denominado por algunos como una “larga noche”, una “época de
oscurantismo”. [4]
A principios de la
década de los ochenta, después de haber sido casi arrancada de raíz, la escena
rockera nacional parecía poco a poco volver a florecer. Entre los principales
exponentes —que prácticamente inauguraban nuevos géneros para el rock mexicano—,
estaban grupos como Dangerous Rhythm, Size, La Caja de Pandora, Chac Mool y,
muy en especial, uno llamado Mistus, cuyo guitarrista era nada menos que Jarris
Margalli, que con el tiempo se convertiría en uno de los músicos más
influyentes de la escena.
En ese entonces no
había prácticamente nada de rock and roll, el único grupo consolidado
era el infatigable Three Souls in My Mind, además de otros sobrevivientes
marginados como los Dug Dug’s, Náhuatl, Enigma y un puñado de gente. Era un
primer período de transición para el rock mexicano, en el que empezaban a
surgir las primeras composiciones originales (aunque cantadas en inglés). A eso
se debe que el primer disco sencillo de Mistus (1981)
incluyera temas originales del grupo, pero cantados en inglés; lo mismo que su
primer LP, titulado Life of a match (1982), que radiaron en Radio Éxitos
y La Pantera. Aun así, Mistus abrió una brecha —en cuanto a la organización de
grandes conciertos y al mejoramiento de las condiciones de sonido— que grupos
como Las Insólitas Imágenes de Aurora, Ninot, Newspaper, Anchorage, Manchuria,
Kerigma o Luzbel pudieron aprovechar. En esos años, al no haber una escena
rockera mexicana, lo que los incitaba a buscar algo que no existía era precisamente
ser rockeros: “Marc Rodamilans (Mistus) y yo crecimos en la raíz verdadera que
era el blues y rock & roll. Escuchábamos a Mott the Hoople, The Sweet,
Queen, Thin Lizzy, Ian Hunter, T. Rex y David Bowie”. [5]
Dado a
conocer a principios de los ochenta, Mistus contó con una gran cantidad de
adeptos entre 1980 y 1985. Las bases del grupo eran básicamente heavy
metaleras, inclinadas hacia el progresivo, el softrock y otras corrientes.
Estas tendencias no seguían una línea específica, lo que hacía aún más difícil
etiquetar o encasillar al grupo dentro de un estilo definido.
En el caso
de Mistus, el hecho de cantar en inglés obedecía al sueño muy poco probable de
que su música llegara a ser escuchada en el extranjero y, de ese modo,
conquistar el éxito internacional. Por esos años existía una polémica sostenida
tanto por críticos como por los propios músicos acerca de en qué idioma debía
cantarse el rock producido en nuestro país. Entre los críticos que defendían a
ultranza el rock en español estaban: Víctor Roura, Xavier Velasco, Antonio
Malacara, José Xavier Návar. La otra vertiente, del rock en inglés, tenía como
máximos representantes a los miembros de los grupos, principalmente Size,
Dangerous Rhythm, Zig-Zag, Anchorage y Mistus. [6] En opinión de la
prensa, si Mistus hubiera grabado en español, “tal vez se le hubiera adelantado
con algo original a muchos grupos de rock nacional que todavía no definían su
sonido”. [7]
Con los
ochenta llegaron también otras agrupaciones, la mayoría de las cuales optaron
por el idioma español para plasmar sus letras. Segundo período de transición
que implicó la “reapropiación” de nuestro idioma como vehículo de comunicación.
Tras la ruptura de Mistus, a mediados de esa década, Margalli se integró a
Ninot, banda con toques psicodélicos y con una vena techno-pop que editó dos
discos: These
Are the Future Spaces (1986) y Mil marionetas (1988).
Por esos años surgieron los Caifanes, que se convertirían en punta de lanza de
una generación de músicos que no sólo oxigenó al rock nacional, sino que
culminó con la conquista de los renuentes medios de comunicación y el
consecuente acceso a un público masivo con el boom del “rock en tu
idioma”, movimiento del cual Ninot formó parte un tanto al margen del mainstream.
De esa camada de grupos —entre los que se encontraban Neón, Fobia, Bon y los
Enemigos del Silencio, Kenny y los Eléctricos, Ritmo Peligroso y los Amantes de
Lola— fue Caifanes el que resultó catapultado. Eran tiempos difíciles en los
que había pocos lugares destinados a la difusión del rock, entre ellos: el Foro
Cultural Tlalpan, El Ágora, Rockotitlán, el Bar 9 y las tocadas de los hoyos
fonkys. Poco después surgieron Rock Stock y el L.U.C.C. que también fueron
importantes para que Ninot y muchas otras bandas de la época dieran a conocer
su trabajo.
En 1991,
Mistus se reunió para grabar Eternamente subterráneo (Discos Nada),
con todas las piezas en español. Entre los músicos invitados se encontraban
Saúl Hernández, Alfonso André (Las Insólitas Imágenes de Aurora, La Suciedad de
las Sirvientas Puercas, Flema Seca, Caifanes) y Raúl Greñas (Luzbel, Argus). Ya
en 1994, apareció el cassette de Jarris y La Luna Verde (Discos Jarro) y dos años más tarde, el guitarrista
participó como invitado con Los Lagartos, con quienes acudió a un festival en
Puerto Rico, al lado de El Tri y Fobia.
Ya en 1998, Jarris Margalli se unió a los Jaguares, con quienes grabó el disco doble Bajo el azul de tu misterio (1999). Permaneció en ese grupo hasta 2000 y cuatro años más tarde se lanzó como solista con el disco Soul, el cual recibió excelentes comentarios por parte de David Fricke, director y crítico de la revista Rolling Stone.
En 2009 apareció Crudo, con invitados como Guillermo Briseño, un álbum doble con el que Margalli rindió culto a emblemáticas figuras del rock and roll, que lo han nutrido a lo largo de su historia.
El hecho de
consignar estos acontecimientos tiene interés en función de que la historia del
rock en México está poco documentada y hay muchos aspectos de su desarrollo que
aún resultan desconocidos. En ese sentido, coincidimos con Cortés en cuanto que
una carencia importante en la construcción del rock nacional es la referente a
“la ausencia de información, el nulo registro histórico y documental de quienes
lo han forjado desde la trinchera”. [8]
Nuestro
afán es no sólo el de intentar reconstruir los sucesos a partir de fragmentos o
de historias individuales, que se van articulando a lo largo del tiempo, sino
el de dar cuenta del contexto histórico-social en el que está inserto el rock
mexicano. De esta forma, se trata más de retratar una época que de describir a
un determinado personaje. Ahora bien, la dimensión histórica remite directamente
al problema de la identidad, mismo que ha constituido una de las principales
preocupaciones de Jarris Margalli: la referente a su estilo propio y la que
tiene que ver con la búsqueda de un rock autóctono que carezca, casi de forma
absoluta, de influencia extranjera.
Prueba de
esto son sus colaboraciones en la revista Alternativa Rockotitlán con la
sección fija “El Libro de Jarris” que, con la idea de divertir e informar al
mismo tiempo, ofrecía listas organizadas por temas, una de las cuales era precisamente
la referente a algunos discos clásicos de rock mexicano subterráneo de
diferentes épocas y estilos. Alternativa
surgió con el mismo interés y actitud que Rockotitlán (su cuna y alma mater), a
saber: ser un espacio de apoyo definitivo al rock hecho en México. Desde su
creación, en 1991, pretendió ser un punto de convergencia para el rock
mexicano, desde el cual fuera posible proyectar lo que podía llegar a ser un
movimiento cultural alternativo. Prueba del lugar prioritario que dio a los
grupos mexicanos fue el hecho de que siempre les dedicara la portada. Entre sus
colaboradores estaban: David Cortés, José Xavier Návar, Víctor Baldovinos,
Ricardo Bravo, además de Jarris Margalli. Por ser
considerado un documentado melómano, Jarris fue invitado, en abril de 1994, a
participar en Metropolirock, espacio periodístico dedicado a la información,
divulgación y análisis de la música popular contemporánea y de los fenómenos
suscitados en torno a ésta. Metropolirock surgió en la Sección Metropolitana de
Excélsior como respuesta al notable poder de convocatoria de los grupos
de rock y a la creciente tendencia de la expresión artístico-juvenil a tomar
forma por medio del rock. Por su innegable valor documental, se incluyó la
columna “Los discos de Jarro” con una selección de la extensa lista de discos
de rock mexicano encaminada a resaltar someramente los elementos que han
otorgado al rock una identidad y personalidad propia.
Otra
evidencia de esto es el sistema de enseñanza ideado por él, como maestro de
guitarra de tantas generaciones desde 1979, en el que antes que intentar
desarrollar técnicas de virtuosismo espectacular carente de sustancia se
encuentra la intención y la actitud. Se trata de nutrirse del auténtico y
verdadero rock and roll, denso, aplastante. Fomentar la creatividad en
sus alumnos para que lleguen a adquirir un sonido propio, distintivo. Ante la
pregunta “¿Es necesaria una preparación musical para poder tocar rock?”, el
antiguo guitarrista de Mistus respondió: “Debe existir un conocimiento básico
hasta cierto punto, pero todo lo demás es sentimiento y eso no se puede
estudiar. Uno debe desarrollar con el tiempo una técnica instrumental propia.
Es algo espontáneo y libre. Las escuelas lamentablemente limitan al alumno a
interpretar un determinado tipo de música”. [9] Además de forjador de muchos
guitarristas, llegó a manejar —entre presentaciones exitosas pero esporádicas
con Ninot— a grupos como Las Ratas de Coyoacán, buscándoles foro en el
pequeñísimo circuito capitalino.
Notas
[1] González
Montes, Fidencio, citado por Karla Zanabria, en El Financiero, 14 de
abril de 2011, p. 40.
[2] Margalli,
Jarris, “Los Discos de Jarro”, en Excélsior, 15 de octubre de 1994, p.
18-M.
[3] Garay Sánchez,
Adrián de, El rock también es cultura, México: Universidad
Iberoamericana, 1993, p. 9.
[4] Urteaga
Castro-Pozo, Maritza, Por los territorios del rock. Identidades juveniles y
rock mexicano, México: Causa Joven/CONACULTA, 1998, p. 105.
[5] Margalli, Jarris
citado por Juan Carlos Villanueva, en Rolling Stone, número 27, enero
2005, p. 23.
[6] Ceja, “La
bipolarización del rock en México. El eterno dilema: ¿rock en español o en
inglés?”, en Conecte, núm. 214, Año Siete, mayo de 1981, pp. 32- 34.
[7] Gallardo,
Eduardo, “Rock Express. ‘Mistus’ grabará rock en español”, en El Sol de
México, Espectáculos, 29 de enero de 1985, p. 5.
[8] Cortés, David, La
vida en La Barranca, México: Ediciones Stella,
2008, p. 8.
[9] Margalli, Jarris, citado por Octavio Hernández,
en “Al rock mexicano le falta producción”.
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