domingo, 20 de febrero de 2011

Texto de la Dra. María Alejandra de la Garza sobre Tres grandes sueños...





¿Por qué escribe un psicoanalista? Surgen de inmediato varias respuestas: el deseo de organizar la experiencia en una teoría, testimonio de la búsqueda de la verdad en la filiación de Freud... necesidad imperiosa de escribir. André Green, en su libro De locuras privadas, comenta al respecto:
En efecto, este obstinado deseo (que pertenece a lo inconsciente) de satisfacer en forma sublimada las pulsiones de la propia sexualidad infantil no desaparece con el tiempo sino que perdura, aunque transformado, y conserva siempre el mismo carácter imperioso. No es menos imperiosa la necesidad de aprehender los elementos de una experiencia compleja, a menudo oscura y a veces huidiza, para organizarla en una visión coherente que garantice que no se ha de sustraer por completo a nuestro entendimiento. Los propósitos del inconsciente y del yo se conjugan en la compulsión a escribir.
Efectivamente, la escritura muy probablemente forma parte de la locura privada de los analistas que pueden librarse de ella sólo escribiendo sobre las locuras privadas de otros. Ejercicio continuo de reelaboración, búsqueda del objeto perdido, pasión siempre renovada de —como sucede en el caso del libro que hoy comentamos— encontrar la verdad del delirio, aportar nuevos elementos que, entretejiéndose con otros, bordeen ese agujero de lo real en el que yace la locura.
La obra escrita de un analista es probablemente otro modo de estar siéndolo, asumiendo un lugar en la selva psicoanalítica, por más que Freud siga siendo nuestro hilo conductor fundamental. Y aquí me gustaría resaltar que el texto que tenemos en las manos, pudiendo ser controvertido, como toda pasión seductora, se inscribe en el campo de la transmisión. Algo que se puede constatar a lo largo de su lectura es que más que vehiculizar un saber, favorece el ejercicio de la verdad, se va saboreando la experiencia de los autores en su búsqueda de la verdad, el placer de la búsqueda. No importa que no se encuentren respuestas definitivas. René Char escribe: “Un poeta debe dejar trazas a su paso, no pruebas. Sólo las trazas hacen soñar”. ¿Por qué no decir que esto está muy cercano a lo que los analistas podemos alcanzar cuando tratamos de transmitir lo que hacemos y que promueve que hagamos lo que hacemos?
Éste es un libro de pasión, locura y seducción. No sólo por los sueños de los personajes que en él son analizados y todo el ejercicio de su reconstrucción “en busca de un sentido”, sino porque en esta aventura que han emprendido los autores despliegan su pasión por la verdad originaria de esa locura que siempre seduce dando cuenta de su capacidad analítica, hermenéutica, historizante, y de su compromiso con el psicoanálisis. Viaje largo, este psicoanálisis que nos implica tan profundamente, que cautiva con tanta profundidad al viajero. Deseo de saber aun a sabiendas de que el sumergirse en el terreno de lo inconsciente implica un camino azaroso y complejo, más aún cuando se trata —como en este caso— del abordaje del autor y de su obra a partir de sus sueños. Tarea multívoca esta de analizar una obra, pues a la vez que el análisis es recomposición de una historización, de una simbolización, del establecimiento de lazos que han, más o menos sucumbido, o que han sido más o menos abortados, siempre el que escribe, al escribir se está rescribiendo y se está mostrando. Y no puede ser de otra manera, el mejor ejemplo lo tenemos en Freud con La interpretación de los sueños, donde utiliza el análisis de sus propios sueños para dar cuenta, no sólo de que todo sueño es la realización de un deseo no consumado, sino de un deseo inconsciente referido a la sexualidad infantil del sujeto. El sueño se constituye así en la vía regia de acceso a lo inconsciente.
Varias veces he venido mencionando la dificultad de abordar desde el psicoanálisis cualquier expresión artística y cultural. Distinto el lugar del analista atrás, siempre atrás del paciente; espacio privilegiado donde las interpretaciones en asidero propicio serán o no confirmadas por las asociaciones del paciente. En este espacio se interpreta, pero no está el otro que asocie. Aquí la elaboración corre a cuenta del autor y sus propias asociaciones siempre ligadas, por supuesto transferencialmente, con el objeto a investigar.
En esta misma línea de reflexión no puede dejar de señalarse que los autores saben incursionar airosamente en el difícil y polémico campo del psicoanálisis aplicado. El doctor José Perrés, en su libro Freud y la ópera, nos recuerda que  para el fundador del psicoanálisis “toda interpretación analítica de una obra de arte no sería más que una ‘novela psicoanalítica’, vale decir —y no es exagerado acotarlo— casi un ‘delirio’. Pero igual que en la psicosis, no podemos olvidar que en todo delirio se puede encontrar algo de verdad, la verdad del sujeto”. Y aún con los riesgos que se corren en este ejercicio no-velado, de develar, no dejan de ser interesantes las aportaciones de Pablo España y Mario Alberto Alquicira en la comprensión de la estructura psíquica de Louis Althusser y Lewis Carroll, así como en el significado de la obra producida en relación a la problemática interna que subyace en ellos.
El capítulo sobre Louis Althusser resulta apasionante y polémico. Si bien se ha venido hablando de un quiebre psicótico, Jean Allouch dice que se trata de perversión. Este análisis logra recopilar lo escrito por el propio Althusser en su conocido libro autobiográfico El porvenir es largo haciendo aportaciones que enriquecen la comprensión del drama vivido por este gran filósofo francés a lo largo de su existencia. En este texto, como el mismo Althusser lo señala, no se trata de un autoanálisis sino que se limita a referir las distintas impresiones que lo han marcado de por vida en su forma inaugural y su filiación posterior. Entre las numerosas referencias de este apartado, sobresale un sueño del filósofo, rescatado por Fernanda Navarro, quien fuera directora de la Escuela de Filosofía de la Universidad Michoacana. El sueño ocurrido el 10 de agosto de 1964, en el que Althusser se plantea el imperativo de matar a su hermana con y por su acuerdo.
Con este material y dos autobiografías del filósofo en cuestión, los autores emprenden la interpretación del sueño marcando continuidades entre esta producción onírica y el pasaje al acto cometido 16 años después. Considero que un apartado que abre preguntas interesantes es el referente a la diferenciación entre pasaje al acto y acting out. Si bien ambos son recursos últimos contra la angustia, el acting out es una conducta sostenida por un sujeto, una demanda de simbolización que se da a descifrar a otro, a quien se dirige. Es una transferencia, un mensaje simbólico. El pasaje al acto, en cambio, es una huída de la red simbólica hacia lo real. Como claramente lo afirma Lacan: “Todo lo rehusado en el orden simbólico, reaparece en lo real”. El pasaje al acto se ubica en el triunfo de la pulsión de muerte. Estamos en el terreno de la psicosis.
Por último. Un tema que me interesó sobremanera es el de la transferencia. Desde las primeras páginas, los autores afirman: “En lo sucesivo trataremos de demostrar —basándonos en los postulados de Forrester, Baudrillard y Roustang— que la transferencia es portadora de muerte, y que la transferencia hostil e hiperpoderosa es la esencia de la transferencia”.
Considero que resulta apasionado afirmar que la transferencia es portadora de muerte, una relación amorosa perversa donde se juega el duelo a muerte. Tal fue el carácter de la relación Althusser-Hélène. Pero una cosa es este tipo de “transferencia” y la que se da entre analista y paciente. Si sostuviéramos que en la transferencia se da un duelo a muerte entre dos no estaríamos hablando de psicoanálisis, se trataría de un juego imaginario, sin acceso a lo simbólico. De ahí la importancia de la asimetría en la relación analista-paciente. El analista se sostiene en la medida en que cada quien ocupa un lugar, tema ineludible y necesario del quehacer y la ética en psicoanálisis. Saber ocupar ese lugar pasa por la no satisfacción de la demanda. Recordemos lo que dice Freud en el sentido de que el psicoanálisis debe transcurrir en una permanente frustración. Es la no satisfacción de la demanda del paciente lo que posibilita hacer psicoanálisis, es decir, abrir el espacio para que el otro se sumerja en el laberinto de su falta y logre realizar todo un viaje a través de su deseo. En el caso de Althusser se trabaja este tema de la transferencia con su analista que abre una rica reflexión sobre el deseo y el lugar del analista.
Como todos ustedes pueden constatar se trata de un texto rico en alusiones teóricas que no deja de hacer profundos cuestionamientos. Sin darnos cuenta, la lectura es un acompañamiento con los autores en esta aventura audaz de abordar la locura en ese permanente asombro tan inherente al  investigador y al creador de toda obra. Terminan este trabajo diciendo: “El poeta o el científico investigador no se excluyen a sí mismos de verse con asombro. Ellos también forman parte de lo milagroso, de lo extraño, de lo misterioso que nos interroga de manera permanente”. Y es precisamente el asombro lo que también empuja al psicoanalista a escribir.

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[Texto leído por la Dra. María Alejandra de la Garza Walliser en la presentación de Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción. Una visión psicoanalítica, Coyoacán, agosto 2 de 2001.]

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