jueves, 20 de septiembre de 2012

Texto del Dr. Miguel Matrajt sobre "El adicto tiene la palabra"


 
 
La lectura del excelente texto de Mario Domínguez Alquicira ha sido una oportunidad para experimentar un alto placer intelectual y una ocasión para enriquecerme cognoscitivamente. Haber sido invitado como comentarista a la presentación del libro es un alto honor que agradezco muy sinceramente. El escrito de Mario abunda en virtudes y aciertos. Analizarlos todos supone extenderme mucho más allá de los límites de un comentario. Pero no puedo omitir enumerar cuando menos algunos de estos sustanciales méritos. Para empezar, hay un aspecto que siempre destaco cuando comento un escrito: la claridad expositiva. Ello implica un alto grado de honestidad intelectual, propia del investigador serio que no teme decir lo que piensa, y, por consiguiente, exponerse a la interpelación y la crítica de sus pares. Mario es transparente en la especificación de sus puntos de vista y sus teorizaciones, en forma tal que abre, desde el primer párrafo, un espacio para la discusión conceptual.

En segundo término, el autor hace gala de una erudición que provoca, en este comentarista, una mezcla de envidia y admiración. ¿Cómo hizo para leer tanto? Y no sólo hay una aproximación casi enciclopédica al tema, sino un análisis meticuloso y muy objetivo de la posición de los autores citados. Más allá de lo que todo lector, este comentarista incluido, debe reconocer como aprendizaje a partir de su lectura, este libro nace ya como un hito indispensable para quien aborde el tema de las adicciones, y el texto deviene, desde su misma publicación, en una fuente de consulta ineludible.

En tercer lugar, rigor expositivo no significa distancia emocional ni enumeración aburrida. Mario Domínguez se involucra con su texto y lo escribe con pasión, denotando su amor por el tema. El lector es a su vez involucrado, apasionándose, junto con el autor, tanto por el tema como en la discusión de las aproximaciones teóricas al mismo.

En cuarto lugar, Mario exhibe un profundo conocimiento de muchas teorías psicoanalíticas, que sintetiza con objetividad, y a partir de ese conocimiento realiza una concienzuda diferenciación crítica de sus aportes a este tema. Nuestro autor nos ilumina acerca de la aproximación de muchos otros puntos centrales: la adicción como síntoma o estructura, las vivencias del adicto, los posibles momentos evolutivos a las cuales se relaciona, etcétera.

Como todo libro importante, este texto abre las puertas al disenso y la polémica. Sólo mencionaré dos temas. En mi modesta opinión el punto más discutible del texto es la aproximación a la biología y a los posibles puentes conceptuales entre las neurociencias y los psicoanálisis. El autor se mete en tres carriles. Por momentos asume una  postura pedagógica, como para lectores totalmente legos, procurando explicar las bases más elementales de la neurofisiología. De allí pasa a referirse, haciendo una discutible selección pro psicoanalítica, a las neurociencias contemporáneas, de las cuales sólo cita a Kandel. Pero en lo que más abunda es en una apología desmesurada a los aportes de Freud en este terreno. Es así que, para Mario, el fundador del psicoanálisis es también el gran pionero de las neurociencias y la psicofarmacología de nuestros días. Creo que Freud no necesita que le colguemos medallas para las que no hizo méritos, alcanza con las que ganó en buena ley. En todo caso podemos omitir todo este párrafo, ya que es éste un aspecto totalmente secundario en el libro.

Si bien el autor concede que hay varios psicoanálisis, en general se refiere “al psicoanálisis” como si fuera una estructura unívoca. En la página 16 aparece en plural, y en la página 241 se pregunta “de cuál psicoanálisis se habla”. Respeto, aunque no lo comparta, el que Mario ha elegido. Creo, sin embargo, que se impone subrayar algunas precisiones. El lacanismo, como la mayoría de los psicoanálisis, parte de una ontología cuyo antecedente más preclaro es Platón. El filósofo griego, así como una miríada de pensadores a lo largo de veinticinco siglos, propone un ser-en-la-falta y un ser-en-la-repetición. Esta concepción del ser supone una esencia universal, quizás eterna, totalmente a-histórica y a-social. Por consiguiente, esta universalidad absoluta de lo humano, autoriza a los pensadores a considerar que sus especulaciones penetraron en esa “esencia”, dilucidaron alguna faceta de la misma, y, por ende, las conclusiones son válidas para todos los que pertenecemos a esta especie. Una estructura básica que se constituya con esta independencia de espacio y tiempo sólo puede tener dos orígenes: natural, esto es biológico, o divino. Aunque el propósito de Mario no es discutir su propuesta psicoanalítica y, por ende, el propósito de este comentarista no es centrarse en la misma, ésta empapa y atraviesa toda su aproximación al tema. Retomaremos el punto más adelante.

¿Cuál es el propósito del autor? Hay varios. En la página 17 señala la intención “…de confrontar el psicoanálisis y la adictología”. Pero el objetivo central se señala desde el mismo subtítulo: el fundamento metapsicológico de las adicciones. Mario, como cualquier investigador, tiene derecho a hacer el recorte de la realidad que le parezca más pertinente, en este caso los y su psicoanálisis. Y asumir las consecuencias en términos de lo que explica y lo que omite. Cualquiera que sea el acotamiento que un investigador haga, suele estar más centrado en la disciplina que maneja. Y acá viene una segunda precisión epistemológica: cada investigador tiene derecho a incluir o descartar los aportes de otras disciplinas para formalizar su propuesta intradisciplinaria, con idénticas consecuencias a las anteriormente señaladas. En un extremo están los psicoanalistas que desprecian cualquier conocimiento que no parta de su propia disciplina, frecuentemente que no parta de sus autores preferidos, deviniendo la aproximación en un fundamentalismo. En la modesta opinión de este comentarista, una propuesta metapsicológica para las adicciones debe tomar en consideración las siguientes características del fenómeno:

1)      A diferencia del “acto fallido” o del “sueño”, que aunque objetos de estudio empíricos son definidos desde los psicoanálisis, “droga”, “adicción”, “adicto” son nociones populares ajenas a nuestra disciplina. Una explicación psicoanalítica para un fenómeno ambiguamente definido constituye una osadía epistemológica, que se puede obviar con una definición operacional planteada desde los psicoanálisis.

2)      Las “drogas” son moléculas químicamente muy diferentes; ergo, incluirlas a todas en una categoría común exige traspasar los usos populares del vocablo y construir una definición operacional que justifique tal inclusión. No encuentro ningún motivo científico para subsumirlas en una única categoría. Ninguno de los autores mencionados las estudia a todas, ni siquiera a las más prevalentes, pero se considera autorizado para hablar de la totalidad, como si fuera un conjunto conceptualmente delimitado.

3)      Las drogas van a receptores neuronales totalmente diferentes y producen efectos citológicos, neurofisiológicos y psicológicos tan abundantes como disímiles. En el texto observamos con frecuencia que tanto el autor como los colegas citados reducen los efectos a uno o dos (paginas 33, 34, 43, 51, 60, 61, 76, 191) sin fundamentarlo ni clínica ni neurofisiológicamente. Hace excepción, cuando menos a nivel de propósitos, Olievenstein (página 54, aunque se contradice en la 58). ¿Es posible postular que expresiones vivenciales tan dispares se correspondan con un repertorio muy reducido de mecanismos inconscientes?

4)      Las adicciones, a diferencia de otras psicopatologías, pueden y suelen ser propositivamente producidas, como bien lo saben los cárteles y las industrias farmacéutica y de bebidas alcohólicas. Es éste un fenómeno muy singular del cual debemos extraer conclusiones psicopatológicas. ¿Cómo se enlaza esta producción manipulada de adicción con las estructuras inconscientes?

5)      Las adicciones, a diferencia de otras psicopatologías, pueden ser producidas experimentalmente en animales de laboratorio. Idem anterior.

6)      Los adictos, cualesquiera sea su definición, no se distribuyen por igual en todas las culturas sociales (países, clases, etnias, religiones, etcétera). Todas las investigaciones socioepidemiológicas, incluyendo, modestamente, las realizadas por este comentarista, demuestran indudablemente la existencia de correlaciones estrechas entre estructura social y adicción. ¿Cómo se integra teóricamente esta distribución heterogénea con supuestas predisposiciones inconscientes?

7)      En el libro se habla de curación, y en la propuesta del autor está implícito que apunta a ella. Obviamente hay muchas definiciones de curación. Las que utilizan los organismos internacionales han sido elaboradas por equipos que incluyeron a psicoanalistas, y aunque podamos discutirlas (de hecho, yo las discuto) es menester no descartarlas con liviandad sino tomarlas en cuenta seriamente. El autor de este comentario, si bien ha sido durante años experto externo de tres agencias de Naciones Unidas, incluyendo la específica para el control de “abuso” de drogas, no ha participado en esos comités. Los psicoanalistas citados en este libro no calificarían para ninguno de esos criterios de curación. Esta limitación, sumada al hecho que los organismos internacionales han validado como equivalentes en su eficacia a tratamientos realizados con aproximaciones teóricas muy dispares, cuando no antagónicas, nos obligan a repensar nuestras certezas intradisciplinarias.

8)      Podemos construir un paradigma exclusivamente intradisciplinario, como hacen la casi totalidad de autores citados, aunque admitan discursivamente la pluricausalidad del fenómeno. Es la línea de Le Poulichet, de la cual “se nutre” la de Mario (páginas 68, 69, 73, 145). En la opinión de este comentarista, nuestro paradigma se enriquece y nuestro alcance en salud mental se expande si erigimos una estructura auténticamente interdisciplinaria, para lo cual, en lo personal, recurro a la epistemología de los sistemas complejos.

 

Mario me ha hecho el enorme honor de citarme entre los autores que analiza (paginas 63 a 66). Por consiguiente, los interrogantes y críticas que voy a enunciar a continuación constituyen también una autocrítica a lo expuesto por mí en escritos anteriores. Cometo la osadía de formularlos porque la altura de Mario Domínguez como investigador promete un diálogo interesante y la oportunidad, para este comentarista, de aprender.

Se confunde sistemáticamente incidencia con prevalencia. La primera se refiere a la psicopatología de las personas que acuden a algún consultorio o centro de salud. Estos son los únicos datos que figuran en este libro. La prevalencia, en cambio, es el estudio de la distribución de esa psicopatología in situ en una muestra representativa de la población. O sea que el investigador acude al territorio a estudiar y determina en ese espacio cuántas personas padecen ese trastorno y con qué otros fenómenos se correlaciona. En el campo de la salud mental sólo se toman en consideración los estudios de prevalencia, ya que se ha demostrado que la gente acude a los servicios por múltiples motivaciones, siendo mucho más central la difusión de la oferta de los mismos que la existencia del trastorno. Basar los datos de la “realidad” de los adictos en los casos que han acudido a los consultorios y/o centros de atención de los psicoanalistas está viciado desde el principio, no autorizando a sacar conclusiones más allá de los pacientes atendidos. Para muestra basta un botón: en el escrito que comentamos no se mencionan dos de las adicciones más numerosas. Nos referimos a los solventes orgánicos (la más prevalente entre los púberes y adolescentes pobres del mundo occidental) y a los psicofármacos, la más numerosa en nuestro país. Obviamente los primeros no acuden a la consulta psicoanalítica por su misma marginación socioeconómica, y los segundos por pertenecer a lo que A. Harendt denominó “normopatía”. Esta posición de que lo que lo que no veo no existe, y que si existiese tiene que ser idéntico a lo que vi, porque todos los seres humanos compartimos una “esencia” a-histórica y a-social, no satisface ningún criterio de cientificidad. Los psicoanalistas tuvimos, a lo largo de estos casi 120 años, la posibilidad de organizar investigaciones de campo longitudinales a poblaciones representativas, y poder extraer, así, conclusiones verificables que trasciendan las meras especulaciones. Es tema de otro escrito analizar por qué no lo hicimos.

Pero suponiendo, sin conceder, que las especulaciones metapsicológicas fundadas en una universalidad de semejanzas entre adictos fuesen ciertas, esto nos abre otro interrogante teórico. ¿Estamos hablando, a la manera de las series complementarias, de una estructura disposicional (en el sentido freudiano) y los demás elementos que constituyen el sistema causal de la adicción fuesen constituyentes de la tercer serie? Además de Freud siguen esta línea Lacan (página 38), Fenichel (página 39), Kalina (página 151) y muchos más de los autores citados en este texto. Esta hipótesis, que el mismo Mario cuestiona, choca contra todos los hallazgos indiscutibles de otras disciplinas, señalados en párrafos anteriores. Y, lo que es peor, significa darle a las especulaciones un peso específico mucho mayor que a los hallazgos científicamente probados. O, por el contrario, ¿estamos planteando que los factores externos tienen capacidad para producir, por sí mismos, una estructura metapsicológica? Una afirmación así exigiría profundos replanteos a la ontología platoniana y a las líneas de pensamiento hegemónicas que sostienen que lo esencial de la subjetividad se estructura en la primera infancia.

Ex profeso comencé por plantear mis reservas al conjunto de los psicoanalistas (incluyéndome, por supuesto) para aterrizar nuevamente en el libro que nos ocupa. Sería injusto y desmesurado pedirle a Mario Domínguez que haya hecho una investigación de campo suficientemente representativa para hablar de “el adicto”. O sea, lo que los demás no hicimos en más de un siglo de existencia de los psicoanálisis. Lo que creo que podemos y debemos es reflexionar juntos sobre la extensión y validez de las conclusiones que sacamos. Mario va construyendo un paradigma metapsicológico con singular claridad. Deliberadamente no lo cito porque es más importante leer el libro que este comentario. El autor formula su paradigma cimentado en una portentosa búsqueda bibliográfica, fundado en un profundo conocimiento de muchas teorías psicoanalíticas e inspirado en un afán de hacer propuestas novedosas. Su paradigma explicativo incluye una línea terapéutica, fundada en los procesos de simbolización, procesos que estudia con detalle. Plantea una diferenciación entre una explicación hermenéutica y una energética, inclinándose por la segunda. ¡Mis respetos! Lo que no comparto es la reivindicación de universalidad para sus descubrimientos. Lo que Mario halló (así como los autores citados que comparten una aproximación parecida) en sus pesquisas y psicoterapias, si coincidiéramos, sólo es válido para esos pacientes. Y eso no es poca cosa, por consiguiente no lo critico, sólo lo delimito. Es un excelente punto de partida para la discusión y la reflexión.
Poco tiempo antes de morir Beethoven recibe el encargo (y un anticipo monetario) de la Sociedad Filarmónica de Londres para componer una décima sinfonía. Obviamente eso no significaba que a las nueve precedentes les faltase algo o que estuvieran mal, sino, por el contrario, significaba un reconocimiento a la colosal capacidad creadora del músico alemán. Toda proporción guardada, me permito invitar a Mario, por iguales razones que tuvieron entonces los filarmónicos ingleses, a seguir escribiendo y de tal forma enriquecer nuestros conocimientos y nuestra forma de pensar.

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[Texto escrito por el Dr. Miguel Matrajt a propósito de la presentación de El adicto tiene la palabra. El fundamento metapsicológico de las adicciones, Círculo Psicoanalítico Mexicano, Cuernavaca, Morelos, septiembre 21 de 2012.] http://subjetividadycultura.org.mx/2012/11/el-fundamento-metapsicologico-de-las-adicciones/

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