miércoles, 3 de octubre de 2012

Texto del Dr. Luis Tamayo sobre "El adicto tiene la palabra"

Distinguir el narco de la adicción

 

Luis Tamayo

El viernes pasado se presentó en las instalaciones del Círculo Psicoanalítico Mexicano Cuernavaca, el libro del Dr. Mario Domínguez Alquicira El adicto tiene la palabra: el fundamento metapsicológico de las adicciones (Buenos Aires, Noveduc, 2012).

En su estudio, el doctor Domínguez Alquicira (quien fue durante muchos años terapeuta de la Clínica Monte Fénix y actualmente ejerce su práctica privada) presenta una mirada brillante y clara de un fenómeno del cual se habla mucho pero, desgraciadamente, se comprende poco. En primer término, revisa la amplísima bibliografía escrita sobre el tema, no sólo de Freud y sus discípulos directos (Abraham, Ferenczi, Simmel, Rado, Jung) sino de muchos autores más (Olievenstein, Kalina, Le Poulichet, Laurent, por mencionar sólo algunos de los más citados), los cuales presentan diversas hipótesis sobre la psicodinamia de las adicciones. Esa revisión muestra cómo el psicoanálisis cuando intenta establecer cuadros psicopatológicos incurre en generalizaciones más que cuestionables. A veces se olvida que cada caso es único y, si bien puede parecerse un poco a otro, pretender que la causa de ambos sea idéntica es simplemente un error. Existen casos, asimismo, en los cuales la adicción no puede concebirse si quiera como una enfermedad psíquica sino como un placer, una norma cultural o como el elemento central de un rito de paso (como el consumo de peyote por parte de los wixarika, los mal llamados huicholes). En el estudio referido no se deja de hacer alusión tampoco a los filósofos de la embriaguez (que van desde Heráclito hasta Nietzsche, Sartre, Foucault y Escohotado), los cuales, como Freud mismo, conocieron de primera mano la experiencia del consumo e incluso teorizaron sobre él (vgr. Michel Foucault sostiene, cita Domínguez Alquicira, que las drogas deberían mantenerse como un recurso social para lograr la apertura de la conciencia oceánica de algunos).

Hacia el final del estudio, Domínguez Alquicira se permite nominar las diversas maneras de experimentar la adicción (todas las cuales provienen de su vasta experiencia clínica): “hemorragia psíquica”, “vértigo de lo real”, “alucinación del mundo”, “máquina de borrar”, “célula que explota”, “sed de absoluto” o “mundo sin memoria ni tiempo”, lo cual le permite proponer, como estrategia de tratamiento: “devolver la palabra al adicto”.

El consumo de drogas en México, lo sabemos, es antiquísimo. El peyote, el pulque y muchos otros alucinógenos eran conocidos -y consumidos- en Mesoamérica desde tiempos inmemoriales y tenían fines tan importantes como el apoyo a los “ritos de pasaje” de niño a adulto. La marihuana era antaño tan conocida, consumida y tolerada que hasta forma parte de nuestras canciones populares (donde la cucaracha “no puede caminar” porque le falta el alcaloide) y de muchos procedimientos curativos autóctonos. Desde que yo me acuerdo ha habido marihuanos y teporochos en nuestra sociedad sin que eso constituyese el grave problema social que el narco actual representa. En aquel entonces no rodaban cabezas en los bares, no habían narcofosas, ni campesinos esclavizados en fincas de narcos. Estos son fenómenos actuales producto del empoderamiento de los narcos, es decir, de la infiltración del narco en las más altas esferas del poder en México pues este otro fenómeno, el del narcotráfico, es muy reciente en nuestro país.

El estudio de Domínguez Alquicira nos permite darnos cuenta de la distinción entre la adicción y el narcotráfico: la primera es un trastorno psíquico, un placer o el elemento de un rito de paso, el segundo es un negocio. Uno que, erróneamente, el gobierno confunde con la adicción y pretende abatir con balas. 

La Jornada Morelos 30/septiembre/2012

 

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