martes, 3 de mayo de 2011

Lectora voraz, Eve Gil reseña el estupendo trabajo de Pablo España y Mario Alquicira, Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción, dedicado a la manera como el sueño influyó en la obra de Freud, Althusser y Lewis Carroll.



“Los buenos son los que se conforman con soñar aquello que los otros, los malos, hacen realmente”, fue la conclusión a la que llegó Sigmund Freud, entusiasta intérprete de sueños —materia que, gracias a oportunistas que nunca faltan, ha sido signada por la charlatanería— que es, a su vez, punto de partida de estos tres magistrales ensayos largos, reunidos bajo el título Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción y cuyos autores, Pablo España y Mario Alquicira, más allá de medir a Freud —y también a Louis Althusser y a Lewis Carroll— con su misma vara, pretenden sustentar una interesante tesis que convierte este texto de índole psicoanalítica —cuyo tema aparente es, otra vez, la interpretación de los sueños— en un disfrutable ensayo literario: el sueño es, ante todo, y como pensaba Borges, un acto de creación.

En el prefacio, apuntan los autores: “El despliegue de la creatividad implica, por tanto, un trabajo psíquico: trabajo del sueño, trabajo del duelo, trabajo de la creación. Sueño, duelo y creación constituyen fases de crisis para el aparato psíquico; crisis que pueden superarse a través de la expresión creativa”.

Ricardo Piglia, uno de entre los abundantes autores que España y Alquicira citan en sus ensayos, subraya: “Somos lo que somos, pero también somos otros, más crueles y más atentos a los signos del destino. El psicoanálisis nos convoca a todos como sujetos trágicos; nos dice que hay un lugar en el que somos sujetos extraordinarios, tenemos deseos extraordinarios, luchamos contra tensiones y dramas profundísimos, y esto es muy atractivo”.

Ciertamente, los escritores nunca han simpatizado con el psicoanálisis, pero es un hecho que los autores han visto en la literatura algo más que terreno fértil para detectar patologías. Su teoría es que, mediante el sueño, nos volvemos escritores de la historia que en otra circunstancia no sabríamos cómo narrar —el lenguaje de los sueños es ilimitado—, y esto es lo fascinante de este trabajo donde literatura y psicoanálisis se juntan, ya no como agua y aceite, sino como actores complementarios.

Quizá uno de los que consiguió el divorcio de estas dos ramas fue el mismísimo Freud, quien, al ir en aras de la cientificidad despojó al sueño de todo su potencial poético y creativo; razón por la cual los surrealistas terminaron por distanciarse de una de sus principales herramientas de trabajo: el psicoanálisis.

En estos textos donde el psicoanalista (Freud) resulta ser un seductor libidinoso; el asesino (Althusser), un poeta, y el escritor (Carroll) termina diciendo Alice c’est moi, se ha recorrido a la literatura y al cine como principales apoyos bibliográficos. El sueño fue la base creativa para las acciones que inmortalizaron a estos tres genios: pasando por encima de las restricciones éticas en el ejercicio del psicoanálisis —quizá porque siendo judío se encontraba exento de numerosos prejuicios—, Freud se convirtió en su propio conejillo de Indias, empleando un sueño personal, el intitulado “sueño de la inyección de Irma”, para descender —y permitir descender a otros— a las cloacas de sí mismo.

Louis Althusser (a quien España y Alquicira comparan muy atinadamente con Yukio Mishima y con el marqués de Sade, profusamente estudiados en este volumen, por ostentar ideales gloriosos que los llevaron a ser espectadores de sus propios sueños), teórico del neomarxismo, pasó a la posteridad tanto por esta curiosa postura político-filosófica como por cometer uxoricidio; y ambas le fueron dictadas en sueños.

Finalmente, Lewis Carroll —coleccionista de niñas como Nabokov de mariposas—, nos dicen los autores, “a diferencia de Freud, Carroll cree —o quiere creer— en el espíritu puro, limpio y angelical de la infancia. Su obra representa, de hecho, un monumento a la infancia “pura”.

¿Cumplió Freud las funciones del Anticristo al descubrir el verdadero papel que juegan los sueños en el diseño de la personalidad humana?, ¿fue Althusser una especie de santo que se flageló eliminándose a sí mismo a través de su esposa Hélène?, ¿sublimó Carroll su gran atracción sexual hacia las niñas pequeñas a través de cuentos de hadas poblados de oscuras simbologías?, lo cierto es que los tres respondieron a la máxima de Albert Camus de que “la existencia entera no es sino una imitación desmesurada bajo la máscara de lo absurdo y la creación es la gran imitación”.

Tres grandes sueños de pasión, locura y seducción es uno de los libros más fascinantes que he leído en mucho tiempo. Mi única queja consistiría en el hecho de que solamente se tiraron 500 ejemplares.

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Ciudad de México, 2 de octubre de 2001.
Fuente: todito.com/Eve Gil


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